Graciela Boccaccio, jefa del Laboratorio de Biología Celular del ARN de la Fundación Instituto Leloir, reflexionó sobre los aportes de la bioquímica húngara Katalin Karikó y el inmunólogo estadounidense Drew Weissman, quienes fueron reconocidos por la Academia sueca por haber sentado las bases para el desarrollo de las vacunas de ARN eficaces contra el COVID-19.

(Agencia CyTA-Leloir).- La noticia de que la bioquímica húngara Katalin Karikó y el inmunólogo estadounidense Drew Weissman recibieron el Premio Nobel de Fisiología/Medicina 2023 por sus aportes clave para el desarrollo de las vacunas de ARN, causó “emoción” entre los investigadores que estudian esa molécula y refleja las aplicaciones prácticas que pueden derivarse de la ciencia básica, afirmó la investigadora del CONICET Graciela Boccaccio, quien desde 2005 dirige el Laboratorio de Biología Celular del ARN de la Fundación Instituto Leloir (FIL) y es además una de las coordinadoras del Club Argentino de ARN, que reúne a laboratorios de todo el país interesados en la biología molecular y celular del técnicamente llamado ácido ribonucleico.

“Más allá de la emoción que genera este premio entre los especialistas en ARN, creo que es un excelente ejemplo de cómo la ciencia básica impacta en la calidad de vida de las personas: el científico desentraña misterios de la naturaleza sin tener del todo claro durante su trabajo cotidiano las implicancias prácticas. Pero es un conocimiento que está ahí y en algún momento, más tarde o más temprano, puede resultar muy valioso”, afirmó Boccaccio a la Agencia CyTA-Leloir. 

La científica argentina compartió detalles de los fundamentos del galardón. La idea de la vacunación en general es estimular la respuesta del sistema inmune frente a un determinado patógeno, de manera de que ante una nueva exposición el organismo lo reconozca y rápidamente pueda neutralizar su acción. Las vacunas tradicionales (basadas en virus atenuados, proteínas o el uso de vectores) requieren tecnologías costosas y mucho tiempo de desarrollo. Por eso, durante años, investigadores de todo el mundo intentaron desarrollar nuevas plataformas y en los ‘80 la posibilidad de usar el ARN empezó a ser considerada como una de las más prometedoras.

“Para generar el agente activo de la vacuna, que se llama antígeno y es el que despierta la respuesta inmune del organismo, la idea consistía en inocular el ARN mensajero de manera de convertir a la propia célula en una especie de fábrica de antígenos”, explicó Boccaccio. Y agregó: “Al introducir una molécula de ARN mensajero, que es el intermediario entre el ADN que está en el núcleo y las proteínas, se puede producir gran cantidad de antígenos. Esa idea tan sencilla tenía una dificultad práctica y es que el ARN mensajero que se obtiene in vitro no es exactamente igual al ARN que fabrican las células animales”.

Los ARN sintéticos son sutilmente distintos a los ARN naturales y eso hacía que, al introducirlos en las células a través de una vacuna, se generaran reacciones inflamatorias graves. Pero en 2005, Karikó y Weissman descubrieron cómo “disfrazar” al ARN mensajero obtenido en el laboratorio de manera de no gatillar esa inflamación. Y sentaron las bases para que 15 años más tarde, frente a la emergencia de la pandemia, aquella vieja idea pudiera convertirse en realidad.

Graciela Boccaccio, jefa del Laboratorio de Biología Celular del ARN de la Fundación Instituto Leloir.

 

 

 

 

 

 

“Los descubrimientos de los dos premios Nobel fueron fundamentales para desarrollar vacunas de ARN mensajero eficaces contra COVID-19 durante la pandemia que comenzó a principios de 2020. A través de sus descubrimientos innovadores, que han cambiado fundamentalmente nuestra comprensión sobre cómo interactúa el ARN mensajero con nuestro sistema inmunológico, los galardonados contribuyeron a un avance sin precedentes en el desarrollo de vacunas durante una de las mayores amenazas a la salud humana en los tiempos modernos”, justificó este lunes 2 el Instituto Karolinska, en Estocolmo, Suecia.