(26/03/10 – Agencia CyTA – Instituto Leloir)-. Como si se tratara de una máquina del tiempo, el libro “La ciencia de Mayo” –editado por el Fondo de Cultura Económica y la Fundación Carolina-  transporta al lector al Río de la Plata y le muestra, desde distintos ángulos, cómo era la cultura científica entre 1800 y 1820. ¿En qué consistía hacer ciencia? Es una de las preguntas principales que guían la obra escrita con una narrativa tal que parece un libro de historia disfrazado de novela.

“El libro estudia la cultura científica de ese período con particular atención a los cambios que fueron producto de la Revolución de Mayo y el proceso de independización”, señaló a la Agencia CyTA el autor de la obra, el doctor Miguel de Asúa, doctor en Medicina por la Universidad de Buenos Aires y Master en Historia y Filosofía de la Ciencia.

Los rasgos peculiares de la ciencia en ese período de revolución y transición del régimen colonial al independentista son “su escala muy reducida, la necesidad de arreglárselas con los recursos locales por sobre aquellos vehiculizados desde la Península y una atmósfera proto-cosmopolita. En cuanto a los cambios producidos por los sucesos de Mayo, se advierte una militarización de las instituciones de enseñanza, que en buena medida pasaron a funcionar al servicio de las necesidades de los ejércitos patriotas”, destacó Asúa.

La ciencia en la guerra por la independencia

Para Asúa, que también es doctor en Historia y miembro del Conicet, no hay que exagerar el papel de la ciencia en la sociedad colonial y en la de los primeros años después de la revolución de Mayo. “Lo que sí se ve es la creación de una serie de academias de matemáticas, por parte del gobierno y del consulado cuyo fin era formar oficiales del ejército, mientras que durante el período español lo que tuvimos fue la Academia de Náutica de Buenos Aires (cerrada por la corona), que formaba pilotos, marinos y, dado el muy buen nivel de matemáticas, actuaba casi como una ‘escuela politécnica’”, indicó el investigador.

Asimismo el libro describe que por aquellos años en el campo de la ciencias de la salud, la Escuela de Medicina del Protomedicato terminó convirtiéndose en el Instituto Médico Militar que formaba cirujanos que se requerían para los ejércitos. “En el área de la técnica, había talleres metalúrgicos destinados a la fundición de armas y a la fabricación de pólvora en Córdoba y en Mendoza, entre otros lugares”, afirmó Asúa.  

Personajes destacados

Consultado sobre las figuras que más llamaron su atención durante la investigación que se plasmó en el libro “La ciencia de Mayo”, Asúa destacó: “La figura que me resultó más interesante fue Manuel Belgrano, por su increíble capacidad visionaria en relación con el papel de la ciencia y la técnica en la sociedad. Fue Belgrano quien creó la Academia de Náutica y luego propulsó la Academia de Matemáticas y quien desde su posición en el Consulado fomentó los experimentos agrícolas de Martín de Altolaguirre, consistentes en la introducción de cultivos como lino y cáñamo y en la producción de linaza.”

De acuerdo con el autor del libro, Belgrano tenía una idea muy clara del poder de las ciencias exactas y constituye, junto con Rivadavia y Sarmiento, el trío de próceres del siglo XIX que estuvieron muy alertas respecto del valor de la ciencia para una nación en formación.

El lugar de la ciencia en el discurso oficial

Desde el punto de vista del discurso oficial, en la transición del régimen colonial al independiente,  la ciencia tuvo un lugar importante, “pero este privilegio no se tradujo necesariamente en hechos, dada la convulsionada situación político y social y las continuas guerras, de la independencia primero e intestinas después”, aseguró Asúa. Y continuó: “Es dable, empero, destacar algunas iniciativas, como la creación de la Biblioteca Pública por Mariano Moreno, que puso un gran número de libros científicos en circulación, la creación (más simbólica que real en este período) del Museo Público por Rivadavia (más tarde lo concretó), la llegada de profesores de Europa, como los ingenieros Felipe Senillosa y José de Lanz y el famoso botánico Aimé Bonpland, que se radicó en estas tierras y re-descubrió el método de cultivo de la yerba mate.”

Es recién a partir de 1820, cuando Buenos Aires se separa, que se advierte como las iniciativas de suerte dispar de la década anterior, se concentran y focalizan en un proyecto científico cultural más definido, afirma el investigador.

¿Algunos rasgos de la cultura científica de ese período se ven reflejados en la actualidad? “Quizás un cierto aire de improvisación feliz y la necesidad de tener que salir adelante con pocos recursos, como así también el potencial de la cultura bastante más cosmopolita que la de los grandes centros del poder colonial español en América. Pero en estos dos siglos corrió mucha agua bajo el puente de la historia y las retro-proyecciones son peligrosas”, concluyó el doctor Asúa.

 FOTO SR MIGUEL DE ASUA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Doctor Miguel de Asúa, doctor en Medicina por la Universidad de Buenos Aires, Master en Historia y Filosofía de la Ciencia y miembro del Conicet. Autor del libro “La ciencia de Mayo”.

Créditos: Juana Ghersa.

 Ciencia de Mayo Tapa

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tapa del libro “La ciencia de Mayo”

Créditos: Cortesía FCE