Una investigación realizada sobre crustáceos del Lago Mascardi, en la Patagonia argentina, muestra la forma en que diferentes parásitos los toman como hospedarores intermedios para llegar a su destino final: aves y peces de la región.

(04/02/08 – Agencia CyTA_Instituto Leloir. Por Verónica Engler) – Aunque parezca extraño, los parásitos son algo así como el poder en las sombras de la vida en la Tierra. Los veamos o no, están por todos lados, son los organismos más numerosos en todos los ambientes. Se mueven a través de las cadenas alimentarias, entre un huésped y otro, a quien le demandan energía y le modifican su ciclo vital: pueden afectar su crecimiento, alterar su comportamiento, incrementar las tasas de mortalidad o disminuir las de natalidad. “Estos cambios modifican la dinámica poblacional y comunitaria de los hospedadores y su capacidad para competir con otros especímenes no parasitados e influyen en la abundancia y la diversidad de los organismos en el ambiente”, explica el biólogo Carlos Rauque, investigador del Laboratorio de Parasitología del Centro Regional Universitario Bariloche –de la Universidad Nacional del Comahue– y becario posdoctoral del Conicet.

Rauque investigó durante años una especie de anfípodo –un pequeño crustáceo–, llamado Hyalella patagonica, que suele hospedar a dos tipos de parásitos, el Acanthocephalus tumescens y el Corynosoma sp., antes de que lleguen a su hospedador final.

Según reporta Rauque junto a Liliana Semenas –directora del laboratorio– en un artículo publicado en la revista Parasitology Research, determinados peces se infectan con A. tumescens cuando comen H. patagonica mientras que ciertas aves se infectan con Corynosoma sp. al ingerir el mismo alimento.

El objetivo del estudio era describir el patrón de infección de estos dos parásitos –pertenecientes a la familia de los acantocéfalos– en la H. patagonica porque “sería un hospedador clave en los ambientes andino patagónicos, dado que está parasitado por diecinueve especies”, señala Rauque.

“En particular se abordó el estudio de estas dos especies (de Acanthocephalus tumescens y Corynosoma sp.) porque presentan rutas de transmisión diferentes. Los adultos de A. tumescens son parásitos de distintas especies de peces y los adultos de Corynosoma sp. son parásitos de aves acuáticas. La utilización de la misma especie hospedadora intermediaria por dos especies de acantocéfalos es un fenómeno particularmente interesante ya que permite suponer que existirían distintas estrategias que asegurarían que cada una de ellas alcance al hospedador definitivo adecuado”.

Según el artículo publicado en Parasitology Research, la mayoría de las investigaciones sobre la ecología de los parásitos fueron hechas mayormente en el hospedador definitivo, especialmente en vertebrados. “Sin embargo, estudios en los hospedadores intermedios podrían dar pistas de sus ciclos de vida y mostrar efectos negativos no solamente en los parásitos sino también en los hospedadores”, destacan los autores.

El rastreo de los hospedadores que intervienen en el ciclo de vida de los parásitos se hace colectando y revisando hospedadores de la naturaleza, y reconstruyendo las etapas en el laboratorio con distintos animales experimentales (caracoles, peces, aves y mamíferos).

El Acanthocephalus tumescens fue descripto por primera vez hace más de un siglo parasitando el intestino de un pez (de la especie de Atherinichthys microlepidotus) que era su hospedador definitivo. “Si bien se sospechaba que el hospedador intermediario de esta especie parásita era el anfípodo H. patagonica, durante el desarrollo de mi tesis doctoral esto fue confirmado –señala Rauque–. Por otro lado, la otra especie de acantocéfalo, Corynosoma sp., fue registrada en el anfípodo H. patagonica y sus hospedadores definitivos (aves acuáticas) han sido determinados realizando infecciones experimentales en aves de criadero (patos y pollos domésticos) y revisando aves muertas encontradas en la naturaleza”.

Estas investigaciones llevadas a cabo en el laboratorio que dirige Semenas determinaron que los anfípodos parasitados con A. tumescens y con Corynosoma sp. presentan alteraciones en la coloración (son más oscuros), en el comportamiento, en la reproducción (generalmente no se reproducen) y en la morfología (algunos de los apéndices aumentan de tamaño). Todas estas alteraciones producidas por estos parásitos (acantocéfalos) tendrían la función de aumentar las posibilidades de transmisión hacia los hospedadores definitivos adecuados.

“Por ejemplo, en el caso de los anfípodos de nuestra región cuando están parasitados con acantocéfalos cambian su comportamiento ubicándose más cerca de la superficie del agua que cuando no están infectados y prefieren el fondo del cuerpo de agua. Esto provoca una fragmentación de la población de anfípodos en dos grupos: sanos en el fondo e infectados en la superficie –indica el biólogo–. Este ejemplo de cambios demográficos en una población como consecuencia de estar parasitado tiene efectos sobre el resto de las poblaciones y las comunidades en ese ambiente”.

En sus investigaciones, Rauque y Semenas pudieron determinar que existen segregaciones en las poblaciones de anfípodos (crustáceos): A. tumescens infecta principalmente a los ejemplares juveniles más pequeños en invierno; mientras que Corynosoma sp. infecta principalmente a los machos de tamaño intermedio en primavera. “Se ha determinado en otros ambientes, no en Argentina, que las colonias de anfípodos están compuestas por juveniles y machos en la periferia, lo que nos indica que los anfípodos infectados con una determinada especie de acantocéfalo en nuestros lagos podrían ser comidos por distintos animales. Uno de los propósitos de nuestros estudios es determinar qué procesos intervienen para que ambas especies de (parásitos) acantocéfalos puedan asegurarse llegar al hospedador definitivo adecuado”, explica Rauque y concluye: “Los parásitos son moduladores crípticos de las poblaciones de organismos, el conocimiento de sus ciclos de vida contribuye a tener un conocimiento integral de la vida en la Tierra”.