Con 60 millones de hectáreas afectadas, la Argentina presenta serios problemas vinculados con la degradación del suelo y la desertificación. Para encarar un cambio, expertos argentinos proponen diferentes abordajes dirigidos a examinar el problema tanto desde el punto de vista de las representaciones sociales, como desde las políticas y las tecnologías implementadas en la actualidad.

La desertificación amenaza a la cuarta parte de las tierras del planeta, así como a 250 millones de personas, haciendo peligrar el sustento de más de 1000 millones de habitantes de 100 países a causa de la disminución de la productividad agrícola y ganadera, revela el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).

A raíz de este panorama, tuvo lugar en Buenos Aires la Conferencia de las Partes de la Convención de las Naciones Unidas (ONU) de Lucha contra la Desertificación. En este encuentro –que se desarrolló entre 21 de septiembre y el 2 de octubre-se dieron cita más de 2.500 personas, entre ellas Ministros y Secretarios de 193 Estados Miembros de La ONU.

El especialista Daniel Roberto Pérez, que participó en esa convención internacional, define a la desertificación como “la degradación de las tierras, la vegetación y la biodiversidad, la erosión de los suelos y la pérdida de la capa superficial del suelo y de las tierras fértiles en zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, causada principalmente por las actividades humanas y por las variaciones del clima.” Pérez es profesor Titular de la Cátedra “Intervención en Ambientes Degradados” de la Escuela Superior de Salud y Ambiente de la Universidad Nacional del Comahue (UNComa).

En la Argentina

En la Argentina, el octavo país más extenso del mundo, las zonas áridas, semiáridas, y subhúmedas secas representan el 75 por ciento de la superficie total, donde se asienta el 30 por ciento de la población. Según los datos del Programa de acción Nacional de Lucha contra la desertificación (PAN), de los 270 millones de de hectáreas que componen el territorio nacional, 60 millones se encuentran afectadas.

“En los ecosistemas áridos de norte de la Patagonia, la ganadería, la explotación de hidrocarburos, la extracción de leña, la minería, el impacto de ciudades y poblados, el desmonte y la agricultura generan disturbios que contribuyen, con diferencias de intensidad, frecuencia y escala, a su degradación”, dijo a la Agencia CyTA Daniel Pérez, quién estudia la desertificación y rehabilitación de ecosistemas degradados en la Patagonia.

Para Pérez, el desarrollo humano que tiene lugar en la región no es sustentable, lo que se explica entre otras razones por causas históricas. “La llamada ‘Campaña del Desierto’, emprendida en el siglo XIX, intentó decididamente extinguir a los pueblos originarios. Esto provocó una intensa y sistemática destrucción de las culturas nativas poseedoras de saberes sobre el uso y protección de los recursos naturales. Asimismo se instaló una visión hostil e improductiva de las zonas áridas a lo que se sumó más recientemente la importación de prácticas de producción inapropiadas y el uso de especies con requerimientos ecológicos que conducen a la desertificación”, indicó el profesional. Y agregó: “Para frenar el proceso de desertificación es preciso producir una transformación en la relación de la sociedad con la naturaleza, es decir, un cambio a todo nivel que involucre modificaciones en la mentalidad que se traduzcan en una nueva planificación urbana y rural y en modelos productivos que, en lugar de degradar, potencien las posibilidades que brindan los ecosistemas áridos y semiáridos. Es decir, se requiere tener una visión integral del problema para resolverlo.”

Educación ambiental

Para producir ese cambio de mentalidad de las poblaciones a fin de que sepan cómo cuidar el ambiente, Pérez y la educadora ambiental Ana Barreneche, responsable de la asignatura “Formación Ambiental” de la Escuela Superior de Salud y Ambiente de la UNComa, coinciden en que se debe promover la educación ambiental en diferentes niveles.

“El limitado aprecio por los ecosistemas áridos se manifiesta también en el sistema educativo en donde los materiales curriculares y diseños generan propuestas lejanas de lo que debería ser. La construcción de conocimientos debe apuntar a las particularidades de los ambientes en donde se desarrollan los procesos de enseñanza y aprendizaje”, indica Pérez. Y continua: “Libros, manuales y documentos que vienen desde Buenos Aires son indescifrables cuando no irrisorios para los niños y maestros de los poblados de zonas áridas por las falencias y descontextualización que tienen.”

En este contexto, es preciso hacer un gran esfuerzo para abordar el problema tanto desde el punto de vista de las representaciones sociales, como de las políticas y las tecnologías que se deberían implementar en las zonas áridas de nuestro país, señala Pérez.

Para Barreneche “la urgencia de los problemas ambientales indica la necesidad de trabajar con las tres estrategias de la educación ambiental. Estas son la formal, que tiene lugar en las instituciones educativas de todos los niveles y modalidades, tanto públicas como privadas; la no formal, que abarca todas aquellas organizaciones sociales y comunitarias con inserción barrial, popular, confesional, artística, recreativa; y por último, la educación ambiental informal, que es la que llevan adelante con sus mensajes y publicidad los medios de comunicación, que son los que marcan tendencias y, en los últimos tiempos, señalan la agenda de debate.”

Asimismo la experta aclara que la educación ambiental es un paradigma ético, conceptual y metodológico que se basa en “una cosmovisión del mundo diferente que implica modelos de relación sociedad – naturaleza planteados desde otro lugar al que conocemos hoy. La educación ambiental no es una campaña para no arrojar papeles a la calle, es mucho más profundo, es poner en crisis nuestros códigos de convivencia entre nosotros en primer lugar y con el conjunto de la vida sobre el planeta luego.”