El 7 de enero de 2009 se cumplieron dos años de la partida de Enrique Belocopitow, nuestro querido Belo. El pionero de la divulgación científica en la Argentina y el maestro de muchos de los que nos dedicamos a esta profesión, el periodismo científico.

(09/01/09 – Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por Claudia Mazzeo)-Además de contagiar su vocación por la divulgación de la ciencia a todos los que lo conocieron, Enrique fue y sigue siendo un ejemplo de voluntad, empuje, decisión y tesón. Cuando comenzó a peregrinar por las redacciones, allá por los ´80, intentando ganar centímetros cuadrados para las noticias de ciencia, su misión parecía tan admirable como inalcanzable.

Y es que al igual que Prometeo, Belo buscaba acercar el fuego del conocimiento –en este caso el conocimiento científico– a los mortales. Y eso no era, no es, ni será tarea sencilla. Basta con recordar que, iniciado el siglo XXI, sólo la mitad de los chicos que ingresan a la escuela media en el país, la completan; o que el 50% de los jóvenes argentinos presentan escasos conocimiento de ciencia (porcentaje que para los países desarrollados representa el 23%). Mientras algunos hablan de la necesidad de ingresar a la sociedad del conocimiento, existen estudios que indican que el 58% de los adolescentes alfabetizados de 14 años de edad no comprenden lo que leen.

Belo entendía que, además de los maestros, los medios pueden cumplir un papel muy importante como agentes generadores de cambios sociales. Y se preocupó entonces por profesionalizar el periodismo científico, transmitiendo con generosidad a sus becarios y alumnos todo lo que había aprendido a lo largo del camino recorrido, compartiendo por igual aciertos y preguntas aún sin responder.

En lo personal, la desaparición física de Belo aumentó mi curiosidad por conocer más al ser humano que decidió dejar los laboratorios, aún a pesar de haber sido un destacado investigador, cuya carrera científica apadrinara el mismísimo Luis Federico Leloir, su director de tesis de doctorado.

Enrique hablaba muy poco de su vida personal. De tanto en tanto nombraba a sus hijos Pablo y Silvia, y en los últimos años mencionaba con frecuencia a Gabriela, su nuera («es la única que me sigue una discusión hasta el final», decía) y sus tres nietos, por los que sentía visible adoración. Sofía L´Eveque, por su parte, apareció siempre como su inseparable compañera, su esposa de toda la vida, la que compartía con Belo cada una de sus nuevas cruzadas. Es justo decir que su lemon pie era casi tan cotizado como los diplomas, en cada cierre de curso de periodismo científico, que de manera interrumpida, han tenido lugar desde 1985 hasta el presente.

Un texto escrito por Belo y publicado en el matutino «Clarín» el 4 de enero de 1987, bajo el título «Las cosas que pasaron en el barrio de Almagro», brinda algunas pinceladas de su infancia, de su familia de origen, y resume su mirada sobre el avance de la ciencia. A modo de homenaje incluimos, a continuación, algunos pasajes del artículo.

Por Enrique Belocopitow

«En 1936, hace medio siglo, tenía 10 años. En Almagro, por las entonces Cangallo, entre Bulnes y Sadi Carnot, de puerta en puerta, venían los verduleros o los lecheros, estos con sus camisas afiligranadas y sus grandes tarros de leche suelta, ambos montados en carros arrastrados por viejos matungos (…)».

»En casa, mi madre usaba el lavarropas que no precisaba service: la tabla de lavar. La cocina “económica” a carbón producía ceniza como subproducto, la que era usada por mi hermana para desoxidar las hojas de hierro de los cuchillos; en aquella época no se conocía el acero inoxidable.

»Mi familia, como casi todas la familias de Buenos Aires, no tenía heladera eléctrica; la reemplazaba la heladera de madera en la que se ponía la barra de hielo que el hielero serruchaba, en su carro, estacionando en el frente de nuestra casa.

»Tenía cinco años cuando escuché por primera vez una radio. Un año después entró en mi casa la caja de forma gótica de la cual salía música, palabras que nos traían historias, como los novelones de Chispazos de tradición. ¿Qué magia había en esa caja? Recién después de la guerra pude ver como todos televisión, en aquel entonces blanco y negro. Mi infancia pasó sin ella. ¡Sin televisión! ¿Cómo era entonces la vida de la familia, sobre todo la de los chicos? Los chicos, fuera de la escuela, se reunían mucho en la calle, jugaban al fútbol o a otros juegos, en una calle comparativamente con pocos peligros. Mi casa, como la mayoría, durante el día tenía sus puertas abiertas o a lo sumo sin cerrar con llave.

»Mi padre era un artesano habilísimo en el trabajo del metal: hierro, bronce, cobre, plata, oro o platino. Trabajaba en su taller, pared de por medio con la vivienda. Al verlo fundir, trefilar, laminar, calar, cincelar, limar, soldar, bruñir, esmaltar, martillar o pulir, y ayudándolo durante mis vacaciones escolares tuve la vivencia de cómo a partir de las materias primas aparecían los objetos (…).

»Mi madre a los dieciocho años emigró desde Europa oriental. Se embarcó en Amsterdam en un barco muy moderno para esa época que puso veintidós días para llegar a Buenos Aires. En 1922 no había aviación comercial (…).

»¿Qué ha pasado en el último siglo? Como una película, a ritmo cada vez más vertiginoso se sucedieron las imágenes, los cambios en nuestra vida y lo que es su radiografía, la cultura. Aparecieron los plásticos que reemplazaron a los hilados textiles naturales, la madera, el metal y el papel.

»No conocíamos entonces el manipuleo de la energía nuclear, la computación, los satélites planetarios o interplanetarios, los transplantes de órganos humanos o artificiales, no se fabricaban nuevas especies por ingeniería genética, no se hacía fecundación in Vitro.

»La vida de los vecinos de Almagro ha cambiado mucho en estos últimos cincuenta años; ya los chicos no juegan un “frente a frente” en la calle Cangallo. La vida individual, familiar y vecinal es muy diferente y vas a cambiar mucho más en un futuro cercano. ¿Serán los pequeños robots los que jueguen al fútbol en la calle, manipulados desde los comandos por los chicos, mientras en los departamentos van viendo el partido en la pantalla?¿O serán también las parejas de robots las que buscarán los bancos en la oscuridad, en las noches de la placita de Almagro?»