(21/6/07 – Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por Bruno Geller)-. El doctor Emiliano Galende, médico y psicoanalista dirige actualmente el Doctorado Internacional de Salud Mental Comunitaria en la Universidad Nacional de Lanús. Ha sido secretario general de la Federación Argentina de Psiquiatras y es autor, entre otras numerosas publicaciones, de “Psicoanálisis y Salud Mental” y los más recientes “Sexo y Amor, anhelos e incertidumbres de la intimidad actual” y “El Sufrimiento Mental- el Poder, la Ley y los Derechos”.

En la entrevista brindó a Agencia CyTA un panorama general sobre los sistemas de salud mental en Argentina y en el mundo y advirtió sobre los peligros del retorno de dos tendencias, la institucionalización psiquiátrica y el abuso de la medicación para tratar trastornos psicológicos.

-¿Siendo psicoanalista, qué lo motivó a dedicarse a la salud mental comunitaria?

Desde hace 42 años soy médico y comencé mi profesión trabajando en un Hospital Psiquiátrico, mientras realizaba mi formación psicoanalítica. El horror del Hospital Psiquiátrico, el maltrato a las personas internadas, y la comprensión del psicoanálisis me llevaron a un camino inevitable: tratar de comprender las condiciones subjetivas de estos trastornos y encontrar formas más humanas y racionales de tratar a quienes padecen trastornos psicológicos. En el transcurso de estos 42 años mi actividad ha sido doble: como psicoanalista y como Sanitarista dedicado a Salud Mental. En los años setenta éramos muchos los psicoanalistas que seguíamos este camino.

– A partir de su experiencia clínica en los últimos años, ¿Ha habido una correlación entre la situación social, económica y política del país y las patologías mentales?

Desde siempre los trastornos psíquicos expresan en sus síntomas las condiciones sociales de vida, dentro de los parámetros simbólicos de la cultura. Todos los trastornos son en ese sentido, como la vida que llevamos, de época. Por otra parte locura, marginalidad, exclusión social, pobreza, desamparo, son aspectos que siempre se aúnan para generar el destino del sufrimiento mental. En nuestro país la última crisis mostró ejemplarmente esta asociación entre sufrimiento mental y exclusión social, en cierto modo dio lugar a nuevos sufrimientos vinculados a la marginalidad o al riesgo de la exclusión: violencia, depresión, crisis de personalidad, adicciones, trastornos psicosomáticos y del estrés, entre otros.

-¿Cómo definiría el concepto de gravedad en el ámbito de la salud?

El término de gravedad o grave no es un concepto, es apenas una categoría que usamos para calificar algunas situaciones. En Medicina, grave es aquel trastorno biológico del cuerpo que pone en riesgo la vida de la persona, una situación que requiere una intervención más inmediata. Pero no hay que olvidar que hay una relación, lo grave no está dado solo por el daño corporal, sino también por los recursos o las capacidades que puede tener el médico para atender esa gravedad; una cuestión deja de ser grave si uno cuenta con el remedio para impedir que esté en riesgo la vida de esa persona. Otro ejemplo, si alguien tiene una lesión arterial severa y está cerca de un quirófano con cirujano vascular, probablemente eso no sea grave, pero si ha ocurrido en el campo, lejos de cualquier hospital, puede ser mortal.

-¿Algo similar sucedería en el área de la salud mental?

Así es. Si pensamos a la gravedad no como un dato natural de lo que le pasa a alguien, sino como una relación entre lo que le pasa a alguien y los recursos que tenemos para atender eso que le pasa, la gravedad es algo más potente y más amplio cuando se trata de problemas de salud mental. El problema no es estrictamente psicopatológico, lo que esta en riesgo es la capacidad subjetiva de esa persona de subsistir en un medio social. Esa capacidad de subsistencia, de desarrollar su vida en un medio social, también esta en relación con los recursos que esa persona pueda encontrar en el ámbito de la salud mental. En ese sentido quienes trabajamos en el área de la salud mental no tenemos que olvidar algo que es clave: todo lo que llamamos enfermedad mental comienza con la pérdida de capacidades sociales para poder integrarse a un mundo simbólico, de participar de los intercambios culturales, económicos y sociales, entre otros.

En ese sentido, ¿usted sugiere que los profesionales que trabajan en el área de la salud mental tengan en cuenta las múltiples determinaciones que causan un cuadro psicopatológico?

Sí, me parece que la primera cuestión es pensar que en la relación entre los recursos que tenemos para la atención y lo que se plantea como daño o trastorno en el ámbito mental, subyace la idea de complejidad. Con esto me refiero a que ningún trastorno se limita a la sintomatología propia del sujeto que lo padece, dado que provoca además un desorden en todos los ámbitos de su vida social, de sus relaciones familiares, de trabajo, compañeros, amigos, incluye su economía, su hábitat, es decir, una problemática compleja que incluye dimensiones sociales y a veces culturales más amplias. Esa complejidad implicaría que los recursos que hay que tener para atender también deben ser complejos.

-¿Habitualmente cómo se trabaja en los servicios de salud mental en la Argentina?

Los recursos que tenemos son básicamente dos, el uso de psicofármacos y la posibilidad de una psicoterapia, pero esto no es suficiente. Si consideramos que los síntomas, que no son más que el modo en que se expresa un sufrimiento a nivel subjetivo, son de una complejidad mayor, en el sentido que incluyen dimensiones familiares, laborales, culturales y de otro tipo, entonces es preciso que sepamos, cuando trabajamos con pacientes graves, que la posibilidad de que una persona reconstruya mínimamente ciertos sostenes sociales hacen a la incidencia o no de recaídas de su trastorno psicótico. Es evidente que las circunstancias de empleo, sociabilidad, influyen directamente en la evolución de la enfermedad. Los servicios de salud mental tienen que comprender esta problemática y orientar también su labor a la recomposición de los lazos sociales de la gente.

-¿Podría dar un ejemplo?

En España acaba de sancionarse recientemente una ley que establece que el Estado debe entregar un subsidio, equivalente a un salario, a un familiar o amigo que cuide a una persona que tiene un trastorno severo durante determinado tiempo en su domicilio. Se llama subsidio de carga familiar. Se trata de un recurso con el que podrían contar los servicios de salud mental, una estrategia comunitaria, que se complementa con el trabajo que llevamos a cabo los psiquiatras, los psicoanalistas y otros profesionales del área. Los servicios de salud requieren más recursos, hay que tener cierta seguridad de que es posible ayudar socialmente a estas personas en relación con su vivienda, con su empleo, a veces con la necesidad de hogares sustitutivos, que se necesitan de algún modo cuando la situación familiar es patógena para esa personas, o tener la capacidad de intervenir en esas familias en sus propios domicilios.

-En ese sentido, el estado argentino debería dar más apoyo a los servicios de salud.

Sí, creo que esa es una demanda que los servicios de salud deben hacer a los gobiernos. Existe un modo más complejo de encarar el problema, que no se limita al famoso equipo interdisciplinario. Hay que lograr que ese equipo interdisciplinario tenga recursos adecuados para que los servicios puedan atender la complejidad a la que me refiero en su conjunto.

-La disponibilidad de recursos o bien un servicio de salud que funcione racionalmente mejoraría la salud mental de muchas personas.

Sí, es un tema serio, el 50 por ciento de los chicos con trastornos graves pasa por distintos servicios y recibe una cobertura fragmentaria, es decir, sólo se atiende una parte del problema. Ocurre que ese trastorno se agrava, se prolonga y puede ser el comienzo del camino del enfermo mental. Ese camino, que muchas veces se inicia en la infancia, en la pubertad, termina construyendo una subjetividad particular, que es la subjetividad del marginal, marginal que puede ser por pobre, “loco”, trastornado, enfermo, incapacitado socialmente, pero cuyos comienzos suelen estar en estas fragilidades que se ponen en juego en la infancia o en la pubertad y que si no se resuelven van abriendo un camino para la construcción de esos sujetos.

-Además de las complicaciones que atraviesan los servicios de salud en Argentina y en otros países, ¿Qué otros problemas impiden mejorar la atención de las personas con trastornos psiquiátricos y/o psicológicos?

Creo que estamos frente a algunos problemas nuevos o, más bien, retornos de viejos problemas, por ejemplo, la institucionalización psiquiátrica, que en el siglo XIX se caracterizó por encerrar en instituciones a todo aquel que tenía algún grado de dificultad o incapacidad para vivir en sociedad. Se crearon los famosos hogares de menores, los hogares para chicos desamparados, los parvularios, los hogares para madres solteras, y estas medidas creaban una dificultad para la vida social de esas personas. Por supuesto, también se crearon los manicomios y se crearon las cárceles. La psiquiatría fue la gran contribuyente a la configuración del derecho penal y a la configuración de la internación como solución terapéutica, tanto para el delito como para la enfermedad.

-Y dice usted que se está produciendo un retorno a la internación.

La famosa desinstitucionalización apuntaba ofrecer alternativas comunitarias para que las personas con trastornos severos pudieran tramitar sus incapacidades en el seno de su comunidad, con su familia y con la ayuda de los sistemas de salud, para apoyar esas capacidades sociales o desarrollar capacidades sociales más amplias. Cuando creíamos que esto estaba afirmado allá por 1970, empezó a retroceder, y lo que estamos viendo en la actualidad es una nueva institucionalización. En la Argentina volvieron las internaciones masivas, los 42 hospitales psiquiátricos del país han vuelto a poblarse, el Hospital Tobar García se ha visto duplicada su población. Es muy sencillo, la internación simplifica el problema.

-¿Cuál es el objetivo de la internación?

Suplantar la vida real de un chico o un adulto por una vida institucional, ahí ya no hay que preocuparse por los amigos, por el trabajo, por la familia. La tentación de la institucionalización está sostenida en dos cosas, una es la política del estado, que no ha resuelto todavía esta cuestión, y otra, la incapacidad de recursos que tienen los servicios para resolver estos problemas. Se podría hacer una analogía con las personas que viven en la calle, sujetos desubjetivados para la vida social, gente que está institucionalizándose en el espacio público, en los márgenes de la vida social y cultural.

-¿Qué otro problema grave percibe?

La tentación de la medicación. La industria farmacéutica está tratando de instalar la cultura de la medicación para tratar trastornos psicológicos, mediante campañas publicitarias, invirtiendo en proyectos de investigación para comprender el modo en que las redes neuronales y los neurotransmisores actúan sobre el estado de ánimo de las personas. Muchos psiquiatras son cómplices de esa tendencia.

– ¿Y esto a qué conduciría?

Estamos en un proceso de desubjetivación creciente. La propuesta de medicar a los niños “que no se adaptan en la escuela” pretende que los chicos no sólo no se piensen a sí mismos en la conflictividad que puede traerles la escuela o la familia, sino que intenta que la familia o a la escuela no tengan que interrogarse sobre las condiciones en las cuales emerge esa conflictividad. Esto también sucede con los adultos. Medicar implica no enfrentar el problema. Hay muchos psiquiatras que trabajan así: “No se preocupe, tiene problemas de estrés en su trabajo, está agotado, no puede dormir bien. Venga, le doy un medicamento y lo calmo sin necesidad de que se pregunte por su empleo, su jefe, su carácter, el carácter del jefe y lo que sucede en la empresa”. La institucionalización psiquiátrica y la medicalización son estrategias de aniquilación del sujeto.