Jeanne Baret, especialista en botánica, logró engañar durante 18 meses a una tripulación de 330 hombres en la primera expedición francesa alrededor de la Tierra. Participó en la recolección de cerca de seis mil especímenes vegetales, incluyendo muestras de la buganvilla, Santa Rita o veranera. Hizo escalas en Buenos Aires y las Malvinas. Ahora, investigadores de diferentes disciplinas empiezan a revalorizar su rol en la historia de la ciencia y la consideran un símbolo de valentía frente al sojuzgamiento masculino.

(Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por Bruno Geller. Especial para Muy Interesante)-. A 60 kilómetros al sureste de Buenos Aires, en Ensenada de Barragán, una bahía natural del Río de La Plata desdibujada por sedimentos y bancos de arena, la corriente de los arroyos Doña Flor y El Zanjón sigue formando tímidos remolinos de agua marrón bajo el sol de una mañana de otoño. No muy lejos se recorta el perfil gris de una empresa siderúrgica. Y también los restos del murallón y torres de un fuerte, llamado Fuerte Barragán, que en 1807 fue testigo de una épica resistencia criolla ante los invasores ingleses.

En ese lugar, donde hoy el viento mece el derrotero de un puñado de kayaks y veleros, a fines de 1767 hizo escala la primera expedición francesa en circunnavegar el mundo. La totalidad (salvo uno) de los 330 tripulantes, muchos de ellos recios y experimentados, ignoraban que entre sus filas había una mujer disfrazada de hombre cuya historia es digna de una novela. Se llamaba Jeanne Baret y su aventura comenzó hace exactamente 250 años, cuando, camuflada, la especialista en botánica decidió transgredir la ordenanza naval que prohibía la presencia de mujeres en ese tipo de expediciones para surcar las aguas. Hoy, un número creciente de investigadores argentinos y extranjeros reivindica su legado y la considera un símbolo de la postergación y el sometimiento que, aun en estos tiempos, sufren las mujeres que quieren dedicar su vida a la ciencia.

Con su cuerpo, Baret hizo lo que Marguerite Yourcenar logró con su pluma al escribir la novela “Memorias de Adriano”, en la que se puso en la piel del emperador romano. Decidió vestir ropa masculina holgada para ocultar sus curvas. Acható sus pechos con vendas de lino. Se cortó el pelo. Y cambió su postura y voz. A lo largo de 18 meses, los comandantes de los barcos “Étoile” y “Boudeuse”, médicos cirujanos, ingenieros, capitanes de artillería y marineros, no advirtieron el engaño y creyeron que Baret era uno de “ellos”, “Jean”. Pero ocultar el género en ese entorno era una apuesta de riesgo. Y la revelación de su verdadera identidad dio lugar a ultrajes traumáticos.

“No debe engañarnos el que esta historia protagonizada por Baret se desarrolle siglos atrás, porque muchas cosas han seguido siendo irracionalmente hostiles para las mujeres en la ciencia”, asegura Diana Maffía, doctora en Filosofía e integrante de la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología (RAGCyT). De acuerdo a la especialista, aún hoy resulta sorprendente la audacia y empecinamiento de Baret para conocer la naturaleza de manera directa y anónima.

“La vida de Jeanne Baret se antoja para tema de novela por cuanto su temeridad y su condición atípica: amor por la ciencia, desafío a las convenciones y pasión amorosa por su amante y mentor”, resume  Mónica Lavín, bióloga y escritora mexicana, ganadora del Premio Iberoaméricano de Novela Elena Poniatowska por “Yo, la peor” (2009), que aborda la vida de Sor Juana Inés de la Cruz.

Durante la travesía Baret se desempeñó oficialmente como “asistente científico” del médico, botánico y naturalista Philibert Commerson, aunque ambos eran también amantes secretos. Así participó en la recolección y clasificación minuciosa de cerca de seis mil especímenes vegetales procedentes de sitios tan diversos como las costas de Brasil, las Islas Malvinas o Tahití, y que luego se incorporaron al Herbario Nacional y al Museo de Historia Natural de Francia.

“La intrépida Baret, de la que aún poco se sabe, vio más biodiversidad que el notoriamente sedentario Carl Linnaeus (conocido como el padre de la taxonomía moderna)”, escribió en la revista “Nature” Sandra Knapp, especialista en botánica del Museo de Historia Natural de Londres, en el Reino Unido. Su misión consistió en identificar granos, alimentos, plantas medicinales y otros recursos que le dieran prestigio y poder económico al reinado de Luis XVI.

Cuando el barco se detuvo cerca de Rio de Janeiro, Commerson no pudo emprender una exploración científica por razones de salud. Baret tomó lentes de aumento, prensas de madera y otros instrumentos y se internó sola en la tupida vegetación. Entre las muestras de plantas que recolectó figuró una enredadera que luego sería conocida, popularmente, como buganvilla, Santa Rita o veranera.

Documentos y testimonios de algunos tripulantes dan versiones diferentes sobre cómo salió a la luz que Jean era, en realidad, Jeanne. La versión oficial del capitán del “Étoile”, Louis Antoine de Bougainville, señala que cuando Baret se dispuso a bajar del barco para realizar una expedición en las costas de Tahiti,  hombres nativos gritaron en su idioma la convicción de que era mujer: “ayenene”. Bouganville se justifica en su bitácora: “¿Cómo era posible ver una mujer en el infatigable Baret, un experto en botánica que seguía a su maestro en sus caminatas científicas, entre la nieve y las congeladas montañas del Estrecho de Magallanes, y que transportaba en exigentes excursiones provisiones, armas y herbarios, con tanta valentía y fuerza que el naturalista lo llamaba su ‘bestia de carga’?”

Sin embargo, este relato pudo haber tenido como propósito esconder una historia tremenda. Según relata la historiadora Glynis Ridley en su libro “El descubrimiento de Jeanne Baret”, los diarios de viaje de tres tripulantes (el príncipe Nassau-Siegen, Duclos-Guyot y Vives) se concentran en hechos acontecidos en otra fecha y en otro lugar llamado “Nueva Irlanda”. En un espacio usado como lavandería, describe Ridley, un grupo de hombres del barco descubrió la verdadera identidad de género de Baret y la sometió a asedios y vejámenes.

“Baret padeció lo que miles de mujeres sufren en la actualidad alrededor del mundo. La violación es el modo culminante en que los varones ejecutan la apropiación ‘que les corresponde’. Aparece como una conducta  ‘natural’, emergente del sistema que ancla en el sometimiento femenino”, analiza la socióloga e historiadora Dora Barrancos, ex directora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y directora del CONICET en representación de las Ciencias Sociales y Humanas.  “En el horizonte simbólico del orden patriarcal, la consumación del macho radica en reducir sexualmente a la mujer”, añade.

Después de esa experiencia traumática, Commerson y Baret se instalaron en Port Louis, la capital de la isla Mauricio, un país africano sobre el Índico. Commerson murió tiempo después y para subsistir Baret abrió y administró una taberna. Conoció al soldado Jean Dubernat y se casaron en mayo de 1774. Volvieron al Reino de Francia y a partir de enero de 1785, el Ministerio de Marina le concedió a Baret una pensión vitalicia de 200 libras por mes, por sus servicios prestados durante la circunnavegación. Falleció en 1807 en Breuilh, en la región de Aquitania, a 600 kilómetros de París. Tenía 67 años.

¿Quién era Jeanne Baret antes de ser “Jean”?

Hija de campesinos pobres, Baret nació en La Comelle, en la región de Borgoña. Parecía estar destinada a vivir en esa comarca, pero por sus amplios conocimientos populares y empíricos de botánica y plantas medicinales entró en contacto con Commerson, amigo de Voltaire, quien quería incorporar ese saber “vulgar” a su experiencia adquirida en la Universidad de Montpellier y otros ámbitos académicos.  Lo que comenzó como un intercambio de conocimientos se convirtió en una relación íntima y secreta que recorrería miles de kilómetros por el mundo.

Para la doctora en antropología colombiana Patricia Tovar, profesora en el Departamento de Antropología del John Jay College y del Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, no fue la primera vez que mujeres vistieron y adoptaron una identidad masculina para asumir roles “prohibidos”, ya fuera como exploradoras, guerreras o escritoras. Por ejemplo, en 1745, unos años antes que Baret, Hannah Snell se vistió como hombre y se alistó en la Armada Británica para la que sirvió durante cinco años cumpliendo misiones en la India y otros territorios.

El caso Baret también grafica la superación de clase, dice Maffía. “Una mujer de una familia de campesinos pobres, que se involucra en un vínculo con su patrón científico pero que logra un reconocimiento como sujeto de conocimiento, es una rara perla”, dice.

La biógrafa Ridley, quien trabaja en el Departamento de Inglés de la Universidad de Louisville, en Estados Unidos, postula que Baret construyó su personaje masculino en forma paulatina. En su libro escribe que habría probado su nueva identidad en las calles de Paris, quizás de noche al comienzo, y luego habría ganado suficiente confianza como para intentarlo durante el día.

La escritora Lavín compara a Baret con sor Juana Inés de la Cruz, quien alguna vez pensó en vestirse de hombre para entrar a la universidad y que de manera autodidacta logró ser la estudiosa y escritora notable de su tiempo.

En las novelas Isla de Clipperton de la colombiana Laura Restrepo, o Isla de Bobos de la mexicana Ana García Bergua, se recoge un episodio trágico e inusual de la historia mexicana, que concluye de forma parecida a la manera en que la tripulación “dispone” de Jeanne Baret, cuenta Lavín. “Cuando los hombres que salen a pedir ayuda en una embarcación perecen, las mujeres que quedan serán abusadas por el farero, el único hombre sobreviviente”, dice.

La filósofa Maffía, quien también es directora del Observatorio de Género en la Justicia de Buenos Aires, afirma que conoció por lo menos dos casos de científicas en Argentina que debieron enfrentar obstáculos similares a los de Baret: una oceanógrafa a la que no dejaban subir al barco y que debía analizar en el laboratorio las muestras que recogían “caballerosamente” sus colegas varones; y una geóloga que, para su tesis, debió disfrazarse de varón para acceder al interior de las minas, territorio vedado a las mujeres. “Y ambas situaciones ocurrieron en nuestro país bien avanzado el siglo XX”, se espanta Maffía.

Deuda  histórica

La postergación de las mujeres científicas se reprodujo en la taxonomía de la época. De todas las especies vegetales reunidas en la expedición francesa del siglo XVIII, más de setenta incluyeron el término commersonii en su denominación oficial. Pero ninguna rindió jamás homenaje a Baret.

La situación empezó a cambiar en 2012, cuando una nueva especie de planta descubierta en Perú incorporó una variante de su apellido en el epíteto específico de su nombre científico: Solanum baretiae. “La llamé de esa forma porque me impresionó el interés y la dedicación de Baret por la botánica”, explica el doctor Eric Tepe, del Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de Cincinnati, en Estados Unidos, quien comunicó el bautismo junto a Ridley en la revista “PhytoKeys”.

Una vez Commerson dijo que un género de plantas de Madagascar con hojas muy variables le recordaban a Baret. “No es para menos”, interpreta Tepe. “Fue una mujer que se disfrazó de hombre, una botánica que se desempeñó en un ámbito dominado por hombres y también una mujer de clase obrera que viajó más lejos que la mayoría de los aristócratas”. La planta hallada en Perú es una solanácea de formas y colores cambiantes, “por eso pensé que era apropiada para rendirle homenaje a esa increíble mujer”, completa Tepe.

¿Un homenaje escaso y tardío? Tal vez, pero también puede ser el esbozo de un cambio de perspectiva en las relaciones de género y ciencia. “Las huellas que han dejado las mujeres en la historia de la ciencia han sido por largo tiempo ignoradas. Y muchas de las dificultades de Jeanne Baret continúan hoy en día”, apunta Tovar. “En ciertos ámbitos sigue asentada la idea de que solo los hombres han sido los únicos capaces de pintar en las cavernas, de inventar la rueda, de filosofar, de calcular, de curar, de dividir átomos, de entender la mecánica de un vehículo o de llegar al espacio”.

“La historia de la ciencia todavía está en débito con la actuación de las mujeres, aunque han crecido notablemente los estudios que tienden a recuperarlas”, añade Barrancos. Y en el lodo de la hoy difusa Ensenada de Barragan, el cronista cree vislumbrar las huellas frescas de aquellos pasos.

Recuadro En las Malvinas

En junio de 1767, a raíz de una reivindicación del Reino de España sobre las Islas Malvinas, el comandante del Barco Étoile, Louis Antoine de Bouganville,  transportó un grupo de colonos franceses desde el puerto Port Saint-Louis, en la Isla Soledad, hasta Río de Janeiro. Jeanne Baret, disfrazada de hombre y formando parte de la tripulación de ese barco fue testigo de este hecho histórico.

A FOTO 1 Ilustracion Jeanne Baret

Jeanne Baret se disfrazó de hombre para participar en el primer viaje del Reino de Francia alrededor del mundo.

Créditos: State Library of New South Wales – 980/Co/22A1-3

A FOTO 2 Flor tributo Jeanne Baret

Solanum baretiae, la planta que rinde tributo a Jeanne Baret.

Créditos: Eric Tepe

Old wooden door and bougainvillea

No muy lejos de Rio de Janeiro, Jeanne Baret recolectó una enredadera que luego sería conocida popularmente como buganvilla, Santa Rita o veranera.

 

Créditos: Irina Bort

A FOTO 5 Fuerte Barragan

Restos arqueológicos del Fuerte Barragán, a 60 kilómetros de Buenos Aires. Por esa zona Jeanne Baret recolectó centenares de plantas para su posterior estudio científico.

 

Créditos: Ignacio Pérez Galetta

A FOTO 6 Mapa Ensenada de Barragan

Mapa del siglo XVIII de Ensenada de Barragán. En esa bahía la expedición francesa que integró Jeanne Baret permaneció un tiempo a fines de 1767.

Créditos: Archivo Histórico de la Municipalidad de Ensenada

A FOTO 8 Diana Maffia

Diana Maffía, doctora en Filosofía, integrante de la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología y directora del Observatorio de Género en la Justicia de Buenos Aires, afirma que las mujeres siguen enfrentando muchas barreras tanto dentro como fuera del ámbito científico.