Un informe de expertos consultados por la Organización Mundial de la Salud, brinda un panorama global sobre las desigualdades sanitarias en el mundo. Afirman que es necesario que todos los gobiernos adopten medidas para influir en las determinantes sociales de la salud a fin de mejorar las condiciones de vida.

(03-09-08 – Agencia CyTA-Instituto Leloir) – Nacer en Lesotho, África, siendo niña, probablemente signifique vivir 42 años menos que si el alumbramiento tuviera lugar en el Japón. Asimismo el riesgo materno de muerte durante el embarazo o el parto es de 1 por cada 17.400 en Suecia, mientras que en Afganistán es de 1 por cada 8. En el Reino Unido, la mortalidad de los adultos de los barrios más pobres multiplica por 2,5 la de los adultos de los barrios menos pobres. La esperanza de vida de los aborígenes australianos varones es 17 años menor que la de cualquier otro varón australiano.

Las diferencias de salud de la población entre países, y dentro de un mismo país, no tienen un origen biológico sino que son consecuencia del entorno social en que las personas nacen, viven, crecen, trabajan y envejecen.

Esos factores sociales que determinan la salud de las personas fueron investigados por un grupo de destacados rectores de políticas, docentes, y antiguos jefes de Estado y ministros de salud, que integran la Comisión sobre Determinantes Sociales de la Salud, de la Organización Mundial de la Salud, revela un comunicado de prensa de ese organismo internacional.

A fines de agosto, esa comisión presentó sus conclusiones a la Directora General de la OMS, la doctora Margaret Chan. El informe lleva por nombre Subsanar las desigualdades en una generación: Alcanzar la equidad sanitaria actuando sobre los determinantes sociales de la salud.

“La nefasta combinación de políticas y arreglos económicos deficientes y una mala gestión política es responsable, en gran medida, de que la mayoría de la población del mundo no goce del grado de buena salud que sería biológicamente posible”, sugieren los autores del trabajo. “La injusticia social provoca la muerte de un número enorme de personas”, subrayan.

Por su parte, la doctora Chan, señaló: “La desigualdad sanitaria es verdaderamente una cuestión de vida o muerte. Los sistemas de salud no tenderán espontáneamente hacia la equidad. Se precisa de un liderazgo sin precedente, que obligue a todos los actores, incluso los ajenos al sector de la salud, a examinar sus repercusiones sanitarias. La atención primaria de salud es el marco idóneo para ello”.

De acuerdo con los expertos, el crecimiento económico aumenta los ingresos en muchos países, pero el aumento de la riqueza, por sí solo, no necesariamente mejora la situación sanitaria nacional. Si los beneficios no se distribuyen equitativamente, el crecimiento nacional puede incluso agravar las desigualdades.

Asimismo, los responsables del informe destacan que por sí sola, la riqueza no determina la salud de la población de un país. Algunos países de ingresos bajos, como Cuba, Costa Rica, el estado de Kerala en la India, y Sri Lanka han logrado buenos niveles de salud pese a que sus ingresos nacionales son relativamente bajos.

Sin duda, la riqueza también se puede utilizar de modo inteligente. Por ejemplo, los países nórdicos han aplicado políticas que alientan la igualdad de beneficios y servicios, el pleno empleo, la equidad de género y bajos niveles de exclusión social. Se trata, en opinión de la Comisión, de un ejemplo notable de lo que hay que hacer en todos lados.

Dirigirse a las causas

Según el informe, gran parte de la labor necesaria para corregir las desigualdades sanitarias depende de las esferas externas al sector de la salud. Sus miembros indican que, por ejemplo, la causa de las enfermedades transmitidas por el agua no se debe a la falta de antibióticos, sino a la suciedad del agua y a que las fuerzas políticas, sociales y económicas no logran suministrar agua segura para todos.

“La causa de las cardiopatías no es la carencia de unidades de atención coronaria, sino el modo de vida de la población, que está configurado por el entorno en que vive; la obesidad no es culpa de un vicio personal, sino de la excesiva disponibilidad de alimentos ricos en grasas y azúcares”, aseguran los especialistas.

Basándose en las evidencias recogidas, la Comisión formula tres recomendaciones generales para afrontar los devastadores efectos de las desigualdades referidas a las oportunidades de vida: mejorar las condiciones de vida cotidianas, en particular las condiciones en que las personas nacen, crecen, viven, trabajan y envejecen; luchar contra la distribución desigual del poder, el dinero y los recursos –los factores estructurales de aquellas condiciones– a nivel mundial, nacional y local. Por último, medir y entender el problema, y evaluar el impacto de las intervenciones.