Investigadores de Estados Unidos crearon un sistema simple que predice la mortalidad de los adultos mayores de 50, para ser utilizado en la atención y la investigación clínica. Especialistas argentinos creen que la herramienta es novedosa, aunque no podrá ser el único determinante de las decisiones médicas y deberá revalidarse antes de ser aplicado en el país.

(02/06/06 – CyTA – Instituto Leloir. Por Florencia Mangiapane) – Un equipo de especialistas del VA Medical Center de San Francisco, Estados Unidos, ideó un índice que permitiría predecir con 81% de exactitud la probabilidad de que adultos mayores de 50 años mueran dentro de los próximos cuatro años.

El índice, que asigna un puntaje numérico a distintos factores de riesgo, surgió a partir de información recopilada en la Encuesta Nacional de Salud y Jubilación (HRS, por sus siglas en inglés) que se llevó adelante en Estados Unidos entre 1998 y 2002, de la que participaron 19.710 adultos mayores de 50 años.

Los médicos podrían hacer el cálculo en el consultorio, utilizando un formulario de 12 preguntas, “que puede completar en pocos minutos el propio paciente o el recepcionista”, afirma el doctor Sei J. Lee, especialista en Geriatría y autor principal del trabajo, publicado en el Journal of the American Medical Association en febrero pasado.

“El trabajo es novedoso, porque incluye a la población general, independientemente del estado de salud o la enfermedad específica de cada persona, y tiene en cuenta datos funcionales, es decir, si una persona es capaz de realizar determinadas actividades cotidianas, y con qué esfuerzo”, explica la hematóloga y doctora en Medicina por la Universidad de Buenos Aires Patricia Casais, que trabaja en la Academia Nacional de Medicina y dicta clases en la Maestría en Investigaciones Clínicas y Farmacológicas de la Universidad Austral.

El grupo de Lee clasificó a los participantes de la encuesta HRS a partir de tres tipos de variables: demográficas –en particular, género y edad; enfermedades, como cáncer, diabetes, cardiopatías e hipertensión; y capacidad para desarrollar actividades cotidianas, como bañarse, vestirse, hacer las compras y llevar las cuentas de la casa. Luego, el equipo observó quiénes habían muerto al 31 de diciembre de 2002, y analizó en qué medida las diferentes variables predecían la mortalidad.

A un paciente que obtiene un índice de cero puntos, se le asigna una probabilidad de muerte para los próximos cuatro años menor al 1%, mientras que aquel que tiene más de 14 puntos tiene un 65% de probabilidades de morir en el mismo lapso de tiempo.

“El índice mide con precisión la mortalidad para un amplio rango de edades y tipos de persona, porque considera la importancia relativa de cada factor de riesgo. Por ejemplo, no poder caminar varias cuadras es tan importante como padecer una cardiopatía”, explicó Lee en un comunicado de prensa difundido por la Universidad de California (UCSF).

“Además ?apunta Lee en el trabajo?, medir el estado funcional es muy útil en estos sistemas porque refleja la severidad y las consecuencias de las enfermedades, y es lo que hace que éste índice sea más acertado que otros”.

Según los autores del trabajo, los funcionarios podrán utilizar la información para comparar la calidad del servicio de distintas organizaciones de atención de la salud, como los hospitales, y también la efectividad de los distintos planes de cobertura.

Pronosticar la mortalidad a corto plazo también sería útil para tomar decisiones sobre estudios y estrategias de atención clínica. Por ejemplo, un hombre mayor de 75 años, fumador, enfermo del corazón y con dificultades para bañarse, caminar y llevar las cuentas del hogar, tiene más del 64% de probabilidades de morir en los próximos cuatro años. En ese caso, dicen Lee y sus colaboradores, “no sería un candidato apropiado” para un monitoreo destinado a la detección precoz del cáncer de colon. En cambio, el mismo estudio en una mujer de 85 sin mayores patologías y excelente estado funcional sí sería adecuado, porque es probable que viva más de cuatro años pese a su avanzada edad.

“Siempre es difícil decidir si ‘vale la pena’, y en esta decisión los índices pronósticos pueden ayudar. Se trata de evaluar si el beneficio obtenido de un determinado estudio o práctica médica justifica los riesgos y costos, y si ayudará a tomar determinada conducta. El razonamiento de Lee es válido, no sólo por las probabilidades de morir de ese paciente, sino porque probablemente no tolere un tratamiento quirúrgico o quimioterápico en caso de tener cáncer de colon. Someter a ese paciente a un estudio de esas características no le ofrecería al paciente ninguna ventaja, ni al médico ninguna información de utilidad”, reflexiona la doctora Casais.

A su vez, los investigadores que estudian la eficacia de determinadas drogas en distintos grupos de pacientes contarían con una herramienta para medir con mayor exactitud el estado de salud de cada grupo. Los autores plantean que los estudios sobre la efectividad del reemplazo hormonal en mujeres posmenopáusicas suelen estar sesgados: las que reciben el tratamiento son más sanas que las que no lo reciben. Si se aplicara este índice, se podría llegar a conclusiones más precisas y evitar las complicaciones que produce la exposición al estrógeno en muchas mujeres a las que se indica la terapia.

“Este caso ejemplifica la importancia de que los pacientes incluidos en una investigación sean ‘lo más parecidos posible’ a los pacientes que, en la ‘vida real’, van a recibir ese tratamiento. El índice de Lee podría ofrecer a los investigadores una herramienta relativamente sencilla y confiable para comparar el estado de salud de los distintos grupos de pacientes”, sostiene Casais.

Ahora bien, ¿se podría aplicar un cuestionario de este tipo como técnica de rutina en la atención médica? En este punto, Casais se muestra algo escéptica: “Como era de esperar, este índice establece que los pacientes más añosos, limitados y enfermos tienen más riesgo de morir. Pero se basa únicamente en datos expresados por el propio paciente y no considera raza, nivel socio-económico, número de cirugías y hospitalizaciones, datos que hacen a la probabilidad de enfermar y morir. Además, la población incluida es mayoritariamente sana: quedaron afuera los pacientes de geriátricos y otras instituciones similares. Quizás el índice no tenga la suficiente objetividad y precisión para ser empleado en la práctica diaria”.

“Los índices pronósticos ofrecen una herramienta más para la toma de decisiones en el cuidado de los enfermos, pero nunca son tomados como un determinante absoluto de la conducta médica”, sentencia Casais.

Además, advierte la especialista argentina, hay que tener en cuenta que los cuestionarios desarrollados en un país deben ser validados antes de ser utilizados en otro con diferente cultura e idioma. Esto implica traducirlos y demostrar idéntica precisión para obtener la misma información que en la población original en que se aplicó.

“No olvidemos que las personas incluidas en el estudio de Lee son mayoritariamente de raza blanca y con educación secundaria completa. La ‘calidad’ de información que pueden brindar sobre su estado de salud es relativamente buena y tal vez más confiable que la que podría ofrecer una persona con menos educación. Por lo tanto, la posibilidad de utilizar este cuestionario en nuestro país dependerá de su validación y de las características de las personas a las que se aplique”, concluye Casais.