Crecientes cosechas de soja aportan divisas a las arcas del estado, los hombres del campo y las empresas semilleras y de agroquímicos que proveen los insumos. Pero detrás de esta bonanza se discute sobre la amenaza a la biodiversidad, problemas ambientales, y la concentración de tierras e ingresos.

(23/03/06 – CyTA-Instituto Leloir, por Ricardo Gómez Vecchio) – Según un artículo publicado en Seedling, de la ONG europea Grain, que promueve el mantenimiento de la biodiversidad y el control público de los recursos genéticos, “la expansión de la soja en América Latina representa una creciente y poderosa amenaza sobre la biodiversidad del Brasil, Argentina, Paraguay, Bolivia y Uruguay”.

El trabajo, que lleva la firma de Miguel A. Altieri, del Departamento de Ciencias Ambientales de la Universidad de California, y Walter Pengue, del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente, de la Facultad de Arquitectura de la UBA, destaca que el panorama derivado del avance del cultivo de soja es muy distinto al que pinta la industria biotecnológica.

De acuerdo con Altieri y Pengue, es difícil imaginar de qué modo esto ocurre cuando el 60% del área global con plantas transgénicas (48,4 millones de hectáreas) está dedicada a la soja resistente a herbicidas, un cultivo sembrado mayormente por agricultores de gran escala para exportación que, por otro lado, es utilizado en los países importadores para alimentación animal y producción cárnica, que consumen principalmente los sectores más pudientes y mejor alimentados de estos países.

El planteo es cuanto menos polémico. Para Gabriela Levitus, Directora Ejecutiva de ArgenBio, Consejo Argentino para la Información y el Desarrollo de la Biotecnología, directamente es parcial. “En primer lugar, está demostrado que los alimentos transgénicos requieren menos agroquímicos y que la biotecnología aplicada al agro es más sustentable que la agricultura convencional”, afirma.

“Además – agrega – la soja es cultivada en Argentina por productores de todos los tamaños, no sólo grandes, y el país exporta granos, pellets, harina y aceite principalmente a China, que la usa para consumo humano en todas sus formas”.

Esteban Hopp, Coordinador del Area Estratégica de Biología Molecular, Bioinformática y Genética de Avanzada del INTA, coincide con Levitus y agrega que “se olvida que la soja fue el motor de la recuperación económica en la Argentina, que posibilitó los primeros planes sociales de alimentación y que benefició a los productores. Rosario, por ejemplo, pasó de ser una de las ciudades que más sufrió la crisis del 2001 a mostrar un dinamismo que no tiene Buenos Aires”.

La explosión del cultivo de soja la impulsan los buenos precios internacionales, el apoyo de los gobiernos y el sector agroindustrial, y la demanda de naciones como China, la mayor importadora de soja y sus derivados. A esto se suma el trabajo de compañías que han instalado a las llamadas sojas Roundup Ready y al glifosato (un herbicida imprescindible al que esta planta tolera) como punta de lanza del crecimiento del fenómeno soja transgénica.

El sector agrícola argentino tiene como meta para los próximos años alcanzar los 100 millones de toneladas de granos, lo que requeriría incrementar el área sembrada con soja hasta 17 millones de hectáreas, en relación con los 15 millones que se sembraron en el 2005, según Altieri y Pengue.

“Esto es falso – afirma Hopp –, la idea es aumentar los rendimientos, lo cual está ocurriendo, por lo que no se requeriría aumentar la superficie cultivada. La superficie cubierta por soja aumentó porque otras producciones se volvieron menos competitivas. Si con ciencia hacemos más competitivas a las producciones alternativas, se podrá optar por otras variantes”.

Lo cierto es que en Argentina han sido desmontadas para la producción de soja entre 1998 y el 2002 nada menos que 118 mil hectáreas en el Chaco, 160 mil en Salta y un récord de 223 mil en Santiago del Estero. En el Noroeste de la provincia de Salta, en el 2002 y 2003, el 51% de la soja sembrada correspondía a lo que cuatro años antes eran áreas naturales.

“El proceso de importación del modelo industrial de la agricultura pampeana sobre otras ecoregiones que no son Pampa, como el Chaco, es el primer paso de un sendero expansivo que pone en riesgo la estabilidad social y ecológica de esta ecoregión tan lábil”, advierten Altieri y Pengue.

Según ellos, la expasión sojera extrema la demanda por tierras y concentra los beneficios en pocas manos En Argentina, mientras el área sembrada se triplicó, prácticamente 60 mil establecimientos agropecuarios fueron desapareciendo, sólo en las Pampas.

Pero tanto Levitus como Hopp aseguran que el problema de la concentración de las tierras no es culpa de la soja, sino que está relacionado con la globalización en general, que no excluye a la agricultura, y la expansión de este cultivo se debe a su rentabilidad, sobre todo después de la crisis del 2001.

“Por supuesto – acota Levitus- que Argentina debería fortalecer la ganadería, el maíz, el trigo y otras prácticas, pero no se puede decir que esto no se hace por culpa de la soja”.

Según señala el trabajo de Altieri y Pengue “En una década el área productiva con soja se incrementó en un 126% a expensas de la tierra que se dedicaba a lechería, maíz, trigo o a las producciones frutícola y hortícola”.

Otro inconveniente de la invasión sojera, estaría en la erosión de los suelos, especialmente en aquellas situaciones donde el cultivo de soja no es parte de rotaciones largas. El método de siembra directa que se utiliza puede reducir la pérdida de suelos, pero con la llegada de las sojas resistentes a los herbicidas, muchos agricultores se han expandido hacia zonas marginales, altamente erosionables, o fomentan el monocultivo.

En esto concuerda Levitus quien afirma “Estoy absolutamente en contra del monocultivo. El productor responsable rota los cultivos, el irresponsable no. Y esto es válido para la soja transgénica, para cualquier soja o para cualquier otro monocultivo”.

Los resultados de investigaciones –señalan Altieri y Pengue – demuestran que a pesar del incremento de la cobertura del suelo, la erosión y los cambios negativos que afectan a la estructura de los suelos pueden ser sustanciales en tierras altamente erosionables si la cobertura del suelo por rastrojos es reducida, como ocurre con la soja cuando no se hace rotación con otros cultivos.

En Argentina, la intensificación de la producción sojera ha llevado a una importante caída en el contenido de nutrientes del suelo, que solo para el año 2003 se estima en casi un millón de toneladas de nitrógeno y cerca de 227 mil toneladas de fósforo.

“Sólo para reponer a estos dos nutrientes, en su equivalente de fertilizante comercial – destacan los autores del trabajo – se necesitarían unos 910 millones de dólares”.

Hopp, por su parte, dice que “el nitrógeno no es justamente el punto débil de la soja, ya que fija biológicamente mediante simbiosis con bacterias nitrógeno atmosférico. En eso es mucho más eficiente y menos demandante de fertilización química que el maíz, por ejemplo. El fósforo no se puede fabricar biológicamente y requiere reposición”.

Un aspecto perjudicial, según Altieri y Pengue, sería la expansión del monocultivo de soja a expensas de la vegetación natural, que alteraría el balance de insectos, plagas y enfermedades El resultado sería un aumento del uso de agroquímicos, los que luego de un tiempo dejan de ser efectivos por la aparición de resistencias. El consumo de estos productos, con sus consecuencias de mayor contaminación de suelos, polución de las aguas y eliminación de la biodiversidad, crece a una tasa del 22% anual.

“No es lo que sostienen las estadísticas mundiales” contrapone Hopp. “Por primera vez la producción de insecticidas, que son los agroquímicos más perjudiciales, empezó a bajar”.

Levitus, por su parte, sostiene que “como la soja transgénica permitió el uso de la siembra directa para el cultivo de soja, ha habido un aumento en la diversidad de los seres vivos en esos lugares. Además no hay ninguna evidencia de que el glifosato contamine, ya que es un agroquímico menos perjudicial que los que se usan en la agricultura convencional”.

En la campaña 2004/2005 en Argentina las aplicaciones con glifosato alcanzaron los 160 millones de litros de producto comercial, y se espera un incremento aún mayor en el uso de este herbicida si las malezas comienzan a tornarse tolerantes a ese producto, hecho que ocurre con la mayoría de los herbicidas.

El glifosato es más barato que otros herbicidas, y a pesar de la reducción general en su utilización los resultados indican que las compañías venden más herbicidas (especialmente glifosato) que antes, lo que es lógico teniendo en cuenta el crecimiento de la superficie cultivada. En las Pampas de Argentina, ocho especies de maleza ya presentarían tolerancia al glifosato y en el nordeste las malezas no pueden ser ya controladas adecuadamente, por lo que los agricultores recurren de nuevo a otros herbicidas que se habían dejado de lado por su mayor toxicidad, costo y dificultad de manejo.

Por otra parte, se desconoce exactamente cuánto glifosato se presenta en los granos de maíz o soja transgénicos, ya que las pruebas convencionales no lo incluyen en sus análisis de residuos de agroquímicos.

“Es sabido que éste y otros herbicidas se acumulan en frutos y otros órganos dado que sufren escasa metabolización en la planta – reflexionan Altieri y Pengue –, lo que genera la pertinente pregunta acerca de la inocuidad de los alimentos tratados”.

Pero también en este aspecto hay divergencias. Según Levitus está demostrado científicamente que no hay trazas de glifosato en granos, tanto de maíz como de soja y, además, los granos no se rocían con herbicida.

“Aún así – enfatiza Levitus – prefiero mil veces comer un poroto de soja tratada con glifosato que con cualquier herbicida convencional”.

Hopp añade que “la inocuidad del glifosato fue evaluada hace más de 30 años, cuando apareció en el mercado y que no tiene toxicidad a bajas concentraciones como pueden ser las que citan Pengue y Altieri”.

Entre otros impactos de la expansión sojera Altieri y Pengue destacan la reducción de la seguridad alimentaria de los países productores al destinarse a su cultivo la tierra que previamente se utilizaba para producir leche, granos o frutas.

“Mientras estos países –Brasil Argentina, Paraguay, Bolivia y Uruguay- continúen impulsando modelos neoliberales de desarrollo y respondan a las señales de los mercados externos y a la economía globalizada, la rápida proliferación de la soja seguirá creciendo y, por supuesto, lo harán también sus impactos ecológicos y sociales asociados”, dicen los firmantes del trabajo publicado por Seedling.