Investigadores rosarinos encontraron que los menores de 4 años son los más afectados, en especial los varones, y que el riesgo aumenta en zonas urbanas más desfavorecidas. Apuntan a implementar medidas diferenciadas para evitar estas lesiones.

(Agencia CyTA-Fundación Leloir)-. Antibióticos, cirugías y rehabilitación son consecuencias conocidas de las mordeduras de perros. Sin embargo, falta información sobre la cantidad de casos, las personas más vulnerables y los contextos en que ocurren. Un estudio realizado en Rosario no solo confirma que son un creciente problema de salud pública, sino que aporta los primeros datos locales para comprender su alcance y evitarlas.

“Este trabajo apunta a repensar la prevención de manera diferenciada y la necesidad de actuar sobre el fortalecimiento de las condiciones de base”, destacó a la Agencia CyTA-Leloir Nora Quaglia, investigadora de la Facultad de Ciencias Veterinarias y de la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). “La vulnerabilidad no es uniforme”.

El estudio fue publicado en la “Revista Argentina de Salud Pública”. Los investigadores consultaron los registros de niños y adolescentes atendidos entre 2012 y 2013 en el Consultorio Antirrábico del Hospital Carrasco, centro de referencia regional para las mordeduras caninas. Durante ese período, hubo 717 lesiones en menores de 15 años de diferentes zonas de Rosario.

Al analizar los casos, hallaron que los que tenían menos de 4 años fueron los más expuestos a las mordeduras. Posiblemente, por ser más bajitos y “cabezones” sufrieron, sobre todo, lesiones en la cabeza y en el cuello, con riesgo de complicaciones graves y secuelas neurológicas. En cambio, los más grandes tuvieron más heridas en los miembros inferiores.

La vulnerabilidad de los chicos también fue diferente según la zona donde vivían. Para los más pequeños, la incidencia de lesiones en el distrito Oeste, con mayores indicadores de necesidades básicas insatisfechas y viviendas precarias, casi duplicó la de los distritos Centro o Norte. “Para el grupo de entre 10 y 14 años, la diferencia entre esos distritos se amplificó cuatro o cinco veces”, alertó Quaglia, que también integra el Centro Binacional Argentina-Italia para la Investigación en Criobiología Clínica y Aplicada, en Rosario.

El estudio mostró, además, diferencias de género: la probabilidad de mordeduras se duplicó para los varones sin importar la edad. Los autores lo atribuyeron a una educación orientada a correr más riesgos y a una mayor tendencia a explorar e interactuar con perros sueltos o mascotas. Sin embargo, no existen datos de la procedencia de los perros involucrados. “Estamos diseñando una ampliación del registro que incluya variables del animal mordedor y de las características socioambientales en que ocurre la mordedura”, amplió Quaglia.

Los hallazgos demandan nuevos abordajes. “Los agentes políticos, los educadores y el personal sanitario deberíamos aunar esfuerzos para ofrecer herramientas diferenciadas según las necesidades y posibilidades de cada subgrupo poblacional”, destacó Quaglia. Además, apuntó a la socialización de los cachorros de entre 4 y 16 semanas. “Es importante el contacto con humanos, más allá de sus dueños, y con diferentes ambientes donde puedan interactuar con otros perros y adaptarse a sonidos y movimientos distintos”, explicó.

Según estimaciones consignadas por “World Atlas”, en el mundo habría 900 millones de perros, o casi uno cada doce personas. Sin embargo, al menos tres cuartas partes de ellos no son mascotas con dueños. Y los “contactos cercanos” traumáticos son frecuentes en escala global. En Estados Unidos, por ejemplo, se calcula que 4,5 millones de personas son mordidas cada año, aunque la mayoría no solicita asistencia médica.

Del estudio participaron también María Cecilia Faini, Matías Apa, Dante Frati y Arsenio Alfieri, de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la UNR, y Juan Terrazino, del Consultorio Antirrábico del Hospital Intendente Carrasco, en Rosario.