Una investigación realizada por investigadores de la Universidad Nacional de Córdoba revela que la agricultura puede ser una fuente de contaminación atmosférica tan importante como la generada por la industria y el tránsito vehicular en ambientes urbanos. Los resultados de ese trabajo, publicado en Environmental Research, indican también que los productos utilizados en el campo no sólo tienen el poder de afectar a los subsistemas terrestre y acuático, sino también al aire.

(20/02/09 – Agencia CyTA-Instituto Leloir) – “Todo organismo vivo, incluidas las personas, se comporta como un bioindicador de las condiciones ambientales que existen en el lugar donde vive. Hemos trabajado con plantas como bioindicadores adecuados para poner en evidencia que en determinadas zonas, o ciertos tipos de actividades, resultan perjudiciales para los que viven, o vivimos allí” indica la doctora María Luisa Pignata, responsable del Área Contaminación y Bioindicadores del Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (IMBIV) de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).

Según la investigadora, no es posible afirmar que los niveles de contaminación que muestran los bioindicadores sean, en la actualidad, peligrosos para la salud de las personas. “Pero sí podemos decir que la calidad ambiental de un sitio donde hay daño en la vegetación producido por contaminantes, es perjudicial para el hombre. Esta relación se comprueba correlacionando la información que brindan los bioindicadores con datos de salud humana, y existe suficiente información que muestra que la relación es directa”, señala.

Pignata y un equipo de colegas emplearon una especie de liquen Ramalina celastri y tres especies de claveles del aire género Tillandsia que son organismos epifitos, es decir que toman los nutrientes y el agua de la atmósfera y los absorben a través de las hojas o la superficie. Asimismo uno de los objetivos de este estudio fue establecer cuáles de los bioindicadores empleados presentaba una mayor respuesta a contaminantes de origen industrial, urbano y agrícola presentes en el aire.

“La elección de esas cuatro especies se debió a que han sido estudiadas extensamente por nuestro grupo y están ampliamente distribuidas en Argentina”, Y agrega: “Escogimos cuatro lugares con características ambientales diferentes situados en la provincia de Córdoba: un sitio urbano en el microcentro de la ciudad de Córdoba, con intenso tránsito vehicular, otro en una zona industrial (industrias metalúrgicas y metal-mecánicas en el barrio industrial Ferreyra en la ciudad de Córdoba); un lugar agrícola, ubicado en Río Primero, donde se cultiva principalmente soja (empleo de agroquímicos asociados a este cultivo: herbicidas, insecticidas, fertilizantes) y finalmente un sitio control alejado de fuentes de emisión de contaminantes en la localidad de Mendiolaza, a 20 kilómetros al Noroeste de la ciudad de Córdoba.

De acuerdo con los resultados del trabajo, publicado en enero en la revista científica Environmental Research, las especies del género Tillandsia mostraron un daño fisiológico (degradación de los pigmentos fotosintéticos, acumulación de productos de peroxidación de lípidos de membranas), con consecuencias directas en su crecimiento y desarrollo, provocado por contaminantes de origen agrícola mayor que el que provocaron contaminantes de origen urbano e industrial.

“La contaminación atmosférica asociada con actividades agrícolas mostró tener un efecto perjudicial para las plantas de Tillandsia. Actúan como fuentes atmosféricas de metales pesados como el hierro, el manganeso y el cinc, ya sea por el movimiento de suelos como también en relación con el uso de fertilizantes y pesticidas”, destaca Pignata. Y continúa: “Nuestros resultados señalan que la agricultura es una fuente de contaminación atmosférica tan importante como son la industrial y el tránsito vehicular en ambientes urbanos y, que los efectos de los productos utilizados en esta actividad no sólo afectan a los subsistemas terrestre y acuático, sino también al aire.”

El hierro está presente como componente de suelos, pero también es emitido por actividades industriales y cementeras. El manganeso también es un componente de suelos, y las actividades antrópicas que lo emiten son principalmente algunas industriales y el empleo de fungicidas que lo contienen, mientras que el cinc es emitido principalmente por el tránsito vehicular y actividades industriales como las metalúrgicas. “En ambientes agrícolas su presencia se relaciona con el empleo de fungicidas que tienen cinc en su formulación”, afirma la autora del estudio.

“Los valores de concentración de estos metales en plantas no pueden extrapolarse en forma directa a valores en la atmósfera. Es decir, no pueden ser cotejados con los límites de concentración en aire que fijan agencias nacionales o internacionales de referencia en cuanto a los estándares de calidad atmosférica”, asegura Pignata. Y agrega: “No obstante, si medimos en un bioindicador que está en una zona concentraciones cinco veces superiores a las que registramos en el mismo bioindicador ubicado en otra zona geográfica, en principio, sí podemos inferir que los valores en aire son cinco veces superiores.”

Plantas al servicio de la investigación

El trabajo realizado por los investigadores de la UNC concluye que las industrias son una fuente importante de cinc atmosférico para Tillandsia recurvata y Ramalina celastri y urbano para las tres Tillandsias. “Las unidades en que fueron medidos los metales es microgramo de metal por gramo de peso seco del bioindicador”, indica la autora principal del estudio. Y continúa: “En nuestro trabajo, los mayores índices de daño se observaron para los claveles del aire en zonas agrícolas. Esto significa que la calidad atmosférica en esa zona fue peor, esto es más perjudicial, que la de ambientes urbanos o industriales.”

“De los metales que se midieron en este estudio, el menos tóxico resultó el hierro. Sin embargo, pueden ser perjudiciales los altos niveles ya que, como todo metal, una vez que se incorpora al ambiente, muestra alta persistencia”, afirma Pignata quien además aclara que el manganeso muestra, en altas concentraciones, efectos tóxicos para plantas. En humanos los efectos de su toxicidad se detectan principalmente en el tracto respiratorio y el cerebro”, agrega.

“Nuestros resultados sugieren que deberían hacerse mediciones en aire de estos elementos, además de estudios para investigar si hay efecto de estas actividades sobre la salud de las poblaciones que residen en esas zonas”, enfatiza la experta.

El cinc, es un elemento tóxico para plantas y animales acuáticos que puede acumularse en suelos y sedimentos y así aumentar su concentración en la cadena trófica. “En los seres humanos, sus altas concentraciones pueden causar problemas de salud como úlcera de estómago, irritación de la piel, vómitos, náuseas y anemia”, señala Pignata.

Es importante destacar que los bioindicadores y/o biomonitores no aportan información sobre la concentración real de compuestos o elementos en el aire, por lo cual los resultados obtenidos en este tipo de estudios no pueden compararse con parámetros internacionales de concentración de contaminantes en el aire”, indica Pignata. Y agrega: “No obstante, es posible establecer escalas tanto de concentración de contaminantes acumulados por el bioindicador como de los efectos de esta contaminación sobre un organismo vivo, reflejando una respuesta integrada a contaminantes y otros factores ambientales”.

Para la experta, el empleo de bioindicadores permite realizar un diagnóstico ambiental de manera eficiente, en una gran cantidad de sitios de monitoreo al mismo tiempo y alertar o advertir sobre situaciones de riesgo ambiental que deben ser monitoreadas mediante métodos instrumentales. Esta metodología se realiza mediante la toma de muestras de aire las que luego son analizadas en el laboratorio, o mediante monitoreo instrumental.

“Mediante el monitoreo instrumental se obtienen datos precisos de la concentración de contaminantes específicos, pero tales mediciones no reflejan los efectos combinados de éstos sobre organismos vivos. Para estudiar los ‘efectos’ de una atmósfera contaminada sobre los ecosistemas o sobre la salud humana se requiere de la cooperación de químicos, biólogos, médicos epidemiólogos y meteorólogos, entre otros”, enfatiza Pignata. Y concluye: “De esta forma el biomonitoreo representa una herramienta útil en regiones extensas o en países donde no se realiza monitoreo instrumental por su alto costo.”

La experta asegura que es necesario profundizar estas investigaciones, así como también es necesario que los organismos de control ambiental oficiales realicen mediciones de los metales y otros contaminantes en el aire de las localidades mencionadas. Y continúa: “Este estudio no es el único que hemos realizado en la provincia de Córdoba en relación a metales pesados. Hemos detectado zonas que pueden ser de riesgo para la salud de la población, situación que hemos advertido e informado públicamente y acerca de la cual pensamos que merecería ser monitoreada por organismos estatales encargados de velar por la salud de la población.”