Una investigación sobre la industria del ladrillo en el Noreste de la Argentina revela precarias condiciones en la producción y poca innovación tecnológica. Propuestas de la universidad para mejorar la calidad del producto, favorecer a la construcción y crear puestos de trabajo genuino.

(15-11-2007-Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por José Goretta- UNNE) – Desde hace varias generaciones, la fabricación del ladrillo común ha sido, en la región Nordeste de Argentina (NEA), una práctica habitual, generadora de puestos de trabajo no estables, y a la vez, productora de grandes cantidades de uno de los materiales más utilizados en la construcción tradicional de edificios.

Si bien el desarrollo de nuevos materiales y aleaciones y la adaptación de diversos sistemas constructivos se encuentran en todos los mercados del mundo, en la región NEA el ladrillo común sigue siendo el material de mayor aceptación por parte de la población. Su aplicación no se reduce a la de simple cerramiento, sino que cumple también una función estructural en la edificación.

Este material reúne las bondades de costo-beneficio desde el enfoque económico y también tiene un componente histórico-cultural de identidad. Sin embargo, a pesar de ser el material más utilizado en la construcción regional, todavía no se ha generalizado la adopción de criterios técnicos para su producción seriada.

En relación a esta problemática, un grupo de investigadores de Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) analizó la situación de la producción de ladrillos en las ciudades de Resistencia y Corrientes, que constituyen el principal nodo urbano de la región NEA.

Según el trabajo –realizado por los docentes Gabriela Ebel, Guillermo Jacobo y Rubén Corvalán, de la cátedra “Estructuras II”–, el origen de los problemas que actualmente presenta el sector productivo ladrillero tiene su raíz en la repetición de técnicas de fabricación, con mínima introducción de nuevos conocimientos y desarrollos tecnológicos.

La implementación durante décadas de \”fórmulas tradicionales\” fue en desmedro de la calidad final del producto, lo que tendría un alto impacto en las construcciones. Sumado a esto se observa el grave estado de marginación y desamparo de los trabajadores del rubro.

Las diferencias en la calidad del producto varían notablemente –a veces en los mismos obrajes–, en consecuencia los ladrillos disminuyen su valor de venta llegada la etapa de comercialización.

Del análisis se desprende que en el NEA se pueden distinguir diferentes \”Pequeños Productores\” con producción mensual menor o igual a 12.000 ladrillos (venta en horno, obra, ruta o corralón); y \”Medianos Productores\” con producción mensual mayor a 12.000 ladrillos (“asociados” a empresas constructoras, la producción es de venta exclusiva a las mismas y las empresas ceden maquinaria e insumos en parte de pago).

En ambos casos puede resumirse que el \”circuito del ladrillo\” es similar, variando principalmente en tiempos de ejecución y cantidad de personal dedicado a la producción. Se observa en la producción de hasta 12.000 ladrillos que, al tratarse de producción de tipo familiar, los gastos por tareas \”humanas\” en general no se pagan. Sólo se pagan si participa una persona extra familiar. El pago se realiza por día para todas las tareas, excepto para el corte, que presenta un mayor costo y se abona por cada 1000 ladrillos cortados.

Mejoras en varias direcciones

No se verifica en la práctica, en ninguno de los casos (ni siquiera en los de mayor desarrollo productivo), que los fabricantes de ladrillos comunes hayan tenido un crecimiento económico-tecnológico de equipamiento productivo acorde al volumen de material realizado y a la importancia constructiva del ladrillo común en las construcciones actuales.

Sin embargo es el aspecto \”tecnológico-humano\” el que en muchas ocasiones es la principal causa de las diferencias y errores en las producciones. En primer lugar, la baja tecnificación de los pequeños productores, que por falta de recursos no poseen maquinaria adecuada para evitar los trabajos de extremo agotamiento, como la extracción y traslado de agua y tierra realizadas a mano, muchas veces desde grandes distancias hasta el pisadero.

Se constata además la inexistencia de un criterio unificado de medidas de producción. Cada productor fabrica ladrillos de acuerdo al molde que posee, y en la mayoría de los casos las medidas difieren de una ladrillería a otra. También se da una falta de conocimiento de técnicas para favorecer la calidad del producto. Por ejemplo algunos productores desconocen el tipo de tierra óptimo para la producción, así como los mejores tipos de liga y leña para que el ladrillo no resulte bayo o mal cocido.

Por otra parte, aparece la falta de cuidado en operaciones básicas para conservar la imagen y características del producto. Muchas veces por no cuidar la limpieza del pisadero se pueden encontrar en los adobes cortados diferentes objetos ajenos a la producción, al igual que el poco cuidado de la limpieza de las canchas donde se secan los adobes, lo que provoca que éstos resulten marcados o con mala forma.

Además, se registra la inexistencia de estudios de impacto ambiental y planes de protección del medio ambiente, como forma de atenuación de los innegables efectos contaminantes de la producción ladrillera.

La investigación remarca la necesidad de un plan rector por parte del Estado con mejoras de fondo para el sector ladrillero local que solucionen la exclusión y marginación social en la que se encuentran sumidos los productores. La situación genera, entre otros graves problemas, la falta de recursos genuinos para el sustento familiar, la deserción escolar a corta edad y el trabajo infantil, hacinamiento y falta de satisfacción de necesidades básicas en la mayoría de los casos.

Se considera a la producción ladrillera como un factor de desarrollo productivo regional que debe ser fomentado y protegido, pues en la práctica real de la industria de la construcción se demanda y consume materiales cerámicos de otras regiones de Argentina, por lo que se “exporta” capital que podría invertirse localmente y generar puestos de trabajos genuinos, no precarios y saludables, con la consiguiente “explosión social” de los beneficios.