El divulgador científico Nicholas Wade afirma en su libro “Una herencia incómoda. Genes, raza e historia humana” que las diferencias entre las sociedades humanas tienen causas genéticas y concluye que, por esa razón, África experimenta un retraso en su desarrollo. Científicos de varios países, incluida la Argentina, alzan su voz contra estos prejuicios.

(09/10/2015 – Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por Bruno Geller)-. El año pasado, una de las editoriales más grandes del mundo, “Penguin Books”,  publicó “A Troublesome Inheritance: Genes, Race and Human History” (editado por Ariel en español como “Una herencia incómoda. Genes, raza e historia humana”), un libro que sugiere que las diferencias entre las sociedades humanas serían consecuencia de su información genética.  Su autor Nicholas Wade es egresado en Ciencias Naturales del King´s College de la Universidad de Cambridge, en el Reino Unido, fue coeditor de la destacada revista científica “Nature”, y trabajó como reportero para “Science” y “The New York Times”.

En su obra, Wade parece alinearse con el pensamiento de James Watson, uno de los descubridores de la estructura molecular del ADN y ganador de un Nobel por ese hallazgo, quien en 2007 dijo que los negros venían al mundo con una inteligencia inferior a la de los blancos. Por estas declaraciones, Watson recibió duras críticas de políticos y científicos como Steven Rose, neurobiólogo y miembro fundador de la Sociedad para la Responsabilidad Social en Ciencia del Reino Unido, y el prestigioso Laboratorio Cold Spring Harbor de Nueva York decidió apartarlo de su junta directiva.

El libro de Wade hizo que 139 expertos en genética de prestigiosas universidades como la de Stanford, de California,  de Columbia, de Cambridge, del Instituto Médico Howard Hughes y de otros centros académicos del mundo, firmasen una carta de rechazo a sus hipótesis. En el texto declaran: “Wade yuxtapone un relato incompleto e inexacto de nuestra investigación sobre las diferencias genéticas humanas con la especulación de que la reciente selección natural ha provocado las diferencias en los resultados de las pruebas de inteligencia, en las instituciones políticas y en el desarrollo económico. Rechazamos la implicación de Wade de que nuestros hallazgos corroboran su conjetura. No lo hacen.  Estamos totalmente de acuerdo que no hay apoyo desde nuestro campo de la genética de poblaciones para las conjeturas de Wade”.

En Argentina también se sucedieron los rechazos. Para el doctor Eduardo Castaño, investigador del CONICET y jefe del Laboratorio de Amiloidosis y Neurodegeneración del Instituto Leloir, “lo que Wade propone es simplemente no-científico. No hay hipótesis. Wade ha tomado datos de varias disciplinas, principalmente la genética, y los ha manipulado a su antojo para darle ‘fundamento’ a una creencia”. El peligro de divulgar esa creencia como si fuera una hipótesis, dijo Castaño, “es instalar de manera sutil y masiva la idea de que los nuevos avances genéticos dan sustento a semejantes afirmaciones. Aquí sí podríamos hablar de falsedad, en el sentido de engaño, de fraude. No hay ‘error’ sino intencionalidad”. Y agregó: “Existe una pequeña diversidad genética entre poblaciones humanas atribuible a migraciones que ocurrieron hace unos 50 mil años, pero utilizarla para dividir a la especie humana en razas carece de sustento científico. Y apoyarse en dicha diversidad para intentar explicar diferencias culturales es absurdo y tendencioso.”

Con el abuso de la  genética ocurre algo que, según Castaño, es conceptualmente similar a lo que se intentó en el siglo XIX y comienzos del siglo pasado con las mediciones frenológicas del cerebro y otras partes del cuerpo: “localizar” en un gen o grupo de genes un comportamiento determinado, eliminando la complejidad del papel que cumplen las dimensiones ambientales, históricas, sociales, culturales, económicas y políticas en la construcción de la identidad de los seres humanos. “Ahora, algunos científicos y divulgadores parecen impulsados a clasificar y establecer categorías deterministas para justificar la superioridad, la discriminación, la estigmatización irreversible y la dominación”, denunció Castaño, para quien existe el peligro concreto de que la genética y las neurociencias se utilicen para establecer una nueva “frenología high-tech”.

En la misma línea, la socióloga y artista visual española Teresa Correa afirmó que los argumentos de los racistas basados en los avances genéticos son la continuación actual de las teorías occidentales del siglo XIX que pretendían justificar la superioridad de los blancos detectando diferencias en el tamaño y forma de los cráneos de pueblos considerados inferiores.

Para realizar estas mediciones empleaban técnicas sofisticadas de medición. Uno de los procedimientos era hacer una masa líquida con la escayola pero con cierta consistencia, una vez preparada introducían un caño de pluma de pájaro entre los dientes de la persona con el fin de permitir que respirasen, le bajaban los párpados con cuidado y cubrían a golpe de puñado de escayola la cabeza y el cuello, después de dos minutos de espera la operación estaba realizada, se separaba en trozos el molde, dibujando unas marcas de referencia para reajustado después”, explica.

Correa, especialista en antropología visual, ha expuesto en diferentes países –Museo Wilfredo Lam/La Habana y SEOULPHOTO 2015, en Corea del Sur y otro lados–  muestras de trabajos fotográficos que pretenden devolverles a esas personas “atrapadas en los bustos” la dignidad que la ciencia del siglo XIX en su momento les arrebató.

El doctor Víctor Penchaszadeh,  profesor en el Departamento de Ciencias de la Salud de la Universidad Nacional de La Matanza, especialista en genética y uno de los creadores del primer “índice de abuelidad” que permitió identificar a hijos de desaparecidos durante la dictadura argentina, afirma que “la división de la especie humana imaginada desde Europa, no tiene ningún asidero científico ni significado biológico. En cambio, fue una construcción social y política para justificar el mercado de esclavos y, luego, explotar económica y políticamente a poblaciones enteras de diversos continentes”.

Para Penchaszadeh, “los científicos que se hacen eco de prejuicios raciales con argumentos pseudocientíficos son exponentes del reduccionismo genético y funcionales al mantenimiento del status quo del poder de las clases dominantes en el mundo”.

Foto de Teresa Correa

Bustos de personas de diferentes pueblos hechos por el anatomista francés Pierre-Marie-Alexandre Dumoutier durante la expedición al Polo Sur y Oceanía dirigida por Jules Dumont d’ Urbille entre 1837 y 1840. A partir de la forma y mediciones de los cráneos, científicos europeos pretendían justificar la “superioridad innata” de los blancos occidentales sobre los otros pueblos del mundo.

Créditos: Teresa Correa