Aunque desde el 2003 más de 700 científicos han regresado a su país gracias al programa RAICES, otros 6 000 siguen viviendo en los Estados Unidos, Brasil, Francia, España, Alemania, Canadá y el Reino Unido. La Agencia CyTA entrevistó a tres científicos argentinos, radicados en el exterior desde los años 60, desarrollando una larga y fructífera carrera de prestigio internacional. Lo que sigue es un resumen de la entrevista realizada al doctor David D. Sabatini, director del Departamento de Biología Celular de la Universidad de Nueva York (NYU).

(26/11/10 – Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por Max Dasso). Cuando se abren las puertas del ascensor del sexto piso del Centro Médico de New York University lo primero que aparece es una gran cartelera con los apellidos de los investigadores del departamento de Biología Celular. Es un testimonio simbólico de esa gran Babel que es Nueva York, hacia donde confluyeron historias de vida desde múltiples rincones del planeta: Yuval Kluger, Paolo Mignatti, Branka Dabovic, Bhubaneswar Mishra, Mayumi Suzuki, Chuanju Liu, Stylianos Papadopoulos, Jesús Torres… Y por encima de esos nombres: “David Sabatini, Chairman”. Un testimonio de cómo los Estados Unidos de América supo generar las condiciones para que miles de científicos extranjeros eligieran vivir allí.

El doctor Sabatini recibió, entre muchas otras distinciones, la Gran Medalla de Oro de la Academia de Ciencias de Francia, el Premio en Excelencia en Ciencia y Tecnología de la Ciudad de Nueva York y la mención “Senador Domingo Faustino Sarmiento” otorgada por el Senado de la Nación de Argentina, “por sus importantes contribuciones al conocimiento de las bases bioquímicas de la vida y por el prestigio que su labor internacional confiere a la educación y la cultura argentinas”. A comienzos de los 70, Sabatini demostró (junto al alemán Günter Blobel) que al ser fabricadas, las proteínas viajan a lugares específicos de la célula, guiadas por un sistema de señales. En 1999, otorgaron al alemán el Premio Nóbel de Fisiología por este descubrimiento conjunto. Al conocerse la distinción a Blobel, la revista Nature escribió: “La idea… se originó en 1971, cuando Blobel y Sabatini postularon que la información necesaria…está contenida en el propio péptido. Un año más tarde, (el argentino) César Milstein proveyó evidencia empírica”.

Cordial, amable, sencillo, generoso, son adjetivos que este cronista encuentra acertados para definir al doctor Sabatini. La entrevista trascurre en su despacho, en donde recibió a la Agencia CyTA con gran tranquilidad y calidez. Aún a pesar de la media hora de retraso cosechada en el tránsito de la Gran Manzana… 

– Quería primero preguntarle cómo comenzó su carrera…

– Llegué a Buenos Aires después que cayó (Juan Domingo) Perón, en el ‘55. Era un momento en que se renovaba la universidad y volvía gente valiosa. Tuve la suerte de trabajar con (Eduardo) De Robertis, que era un hombre muy determinado a tener éxito en la Argentina.

– ¿Cómo fue que empezó a trabajar en microscopía electrónica en Buenos Aires?

-De Robertis había salido de la Argentina en el año ‘47 y empezó a trabajar en el MIT (el Instituto Tecnológico de Massachusetts), donde se desarrollaba lo que en ese momento se llamaba biología molecular. Ya había un grupo que había comenzado a examinar células con microscopía electrónica.

Los métodos para examinar células con microscopía electrónica requieren de muchísima tecnología; era necesario crear nuevas técnicas. De Robertis había comenzado a trabajar en el MIT con un investigador que se llamaba Schmitt. Allí determinó la estructura de la neurona y del axón, particularmente.

En el laboratorio de De Robertis nos convertimos prácticamente en mecánicos, cambiábamos el aceite de las bombas, los filamentos, las aperturas sucias, en fin… Luego se fue al Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable en Montevideo; los uruguayos siempre han sido muy hospitalarios con los argentinos a lo largo de la historia

– ¿Cómo lo describiría científica y humanamente a De Robertis?

– Es una pregunta difícil… De Robertis tenía una personalidad muy fuerte; tenía firmes convicciones sobre los resultados que obtenía. A veces es necesario tener ese grado de confianza. Sin De Robertis no hubiera habido un nivel científico tan elevado.

– ¿Podría decir que marcó su carrera?

– ¡Completamente! Y no sólo la mía. Marcó a todo un grupo, que es la verdadera función de un mentor. Fue un guía, además de un educador; impuso una serie de normas basadas en el rigor, el trabajo duro y la ambición. Tenía un fuerte espíritu de trabajo. Nos mandaba a organizar la cátedra, a poner un fotógrafo, un bibliotecario, un dibujante, un ingeniero electrónico… De Robertis decía: “vamos a trabajar sobre esto”. Al poco tiempo, lo ponía por escrito, y lo mandaba a una revista extranjera, que por supuesto lo publicaba. Tenía un gran impulso pero también una gran generosidad.

Era una persona que disfrutaba poder comunicar una idea interesante. 

– En la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA estudiábamos con su libro de biología celular y molecular…

– Bueno, fíjese: ¡el primer libro de biología celular que se hizo en el mundo! Un hombre que estudió la secreción en la tiroides, y que desarrolló técnicas muy innovadoras; logró un enorme avance en microscopía electrónica, y en el aislamiento de los sinaptosomas (terminaciones nerviosas), tantos logros… Le puedo dar simplemente una visión superficial; podríamos hablar de Don Eduardo De Robertis por horas. Un hombre independiente, con una gran capacidad de transmitir ese entusiasmo por la ciencia, esa curiosidad, ese deseo de compartir ideas importantes…

– Cuéntenos porqué eligió estudiar sobre lo que pasa dentro de la célula

– Bueno, yo había estudiado medicina en Rosario… Cuando uno miraba los libros de histología se preguntaba cómo podía ser que no se supiera de qué modo se reproducían las estructuras dentro de la célula, cuando la física ya había empezado a estudiar la estructura de las moléculas… Ahí había mitocondrias, aparato de Golgi, gránulos de secreción, membrana plasmática, se había descubierto después el retículo endoplásmico… ¿Cómo se forma una membrana? ¿Cómo nace una mitocondria a partir de otra mitocondria anterior? ¿Cómo se ensamblan todos esos elementos hasta formar una organela? Esto empezó a examinarse cuando se pudieron aislar los elementos, al romper la célula… Ahí se ven todos los pedazos, distintos unos de otros, y se los puede estudiar desde la bioquímica.

– ¿Recuerda otros laboratorios de peso en ese entonces?

– Por supuesto. Cuando el gobierno de Perón intervino la universidad, hubo varias personas que disponían de recursos privados que se fueron. En la calle Julián Álvarez y Costa Rica había una mansión, donde (Eduardo) Braun Menéndez instaló su laboratorio. Leloir se instaló tambien, Bernardo Houssay… Esa gente no abandonó su laboratorio cuando la universidad se hizo receptiva. Volvieron a la Universidad de Buenos Aires y se desarrollaron nuevos focos. Braun Menéndez fue a la segunda cátedra de Fisiología; Roberto Mancini se hizo cargo de una de las cátedras de Histología; De Robertis se hizo cargo de otra.

Se abrió el concurso en la Facultad de Medicina para ayudantes, jefes de trabajos prácticos… Salió un aviso en el diario. Habíamos comprado los libros clásicos, estábamos con un gran entusiasmo, teníamos que pasar por un exámen, y eligieron a algunos de nosotros. Y había algunas personas que ya tenían cierto grado de formación porque eran patólogos, como Rómulo Cabrini por ejemplo… era un momento muy estimulante… Después vino una nueva generación por supuesto, Andrés Stoppani…

– La famosa época de los años dorados de la UBA.

– Si, fines de los ‘50. En el ‘61 yo ya estaba acá, en Estados Unidos. Vine simplemente de manera transitoria. Pero después entraron los militares…

– ¿Por qué eligió seguir la carrera de medicina?

– He sido siempre muy curioso. Me interesó tanto la literatura y la historia como la ciencia, y me pareció que la medicina presentaba muchas oportunidades… Yo he sido un gran lector. Y hay tantos médicos en la historia, en la literatura, en la ciencia… A un médico se le abre la posibilidad de ser psiquiatra, lo que resulta muy excitante en cierto modo. Me refiero a la posibilidad de entender cómo funciona el cerebro. Se puede ser patólogo o cirujano. La medicina ofrece la posibilidad de realizar una gran educación humanística, de ver al ser humano casi en condiciones experimentales. Si uno tiene curiosidad es fascinante… Sobre todo en aquella época en la que en la Argentina, si uno salía de la escuela secundaria para entrar en medicina, no se contaba prácticamente con ninguna base científica.

Luego, ya recibido de médico, era admirador de Manuel Sadosky. Con su mujer, Cora, dictaban un curso de Análisis Matemático en la Facultad de Ciencias Exactas. Me inscribí y lo tomé. Tenía siempre esa inquietud…

– Cuánta gente valiosa convivió en esa época, ¿no?

– Si, visto a la distancia, a mí me da mucha pena. Ahora estoy por ir a Rosario. He leído algunas cosas… Ahora se consideran subdesarrollados. En esa época no pensábamos en esos términos.

– Resulta interesante su visión… ¿cómo pensaban?

– Con absoluta libertad. Sabíamos que había que trabajar duro, y aprender mucho. Pero que eso no era imposible. ¡Si había figuras que eran ejemplos! ¡Si podíamos mirar alrededor y ver gente que había hecho cosas importantes!

Me acuerdo cuando era bien joven, bien chico, cuando iba a la escuela secundaria. Vivía en una calle que se llamaba Buenos Aires. A veces salía al balcón y veía a un viejito encorvado, que siempre pasaba por ahí… ¡Era Beppo Levi! ¡Un gran matemático! Es decir, el mundo no nos parecía tan lejano. No había que pensar en una mentalidad que aceptaba la mediocridad.

– Justamente, esa es una de las razones de las entrevistas. En lo personal, viví 12 años afuera de Argentina, y empecé a entenderla –y también a apreciarla más–, viviendo afuera.

-¡Es claro! Sí, porque uno piensa: ¿por qué no?

– ¿Por qué no?

– ¡Uno vive en el extranjero y no se cura más de la Argentina! Yo he vivido acá más que allá, pero miro el diario todos los días… por lo general no son noticias muy placenteras (risas) pero… Yo tengo dos hijos nacidos acá, que se preocupan por Argentina de una manera constante.

– Se los transmitió usted…

-Si, evidentemente. Los dos abrazaron la ciencia…Uno en el MIT, y otro en Harvard.

Y le confieso que me educan…Me pueden explicar algo sin necesidad que yo venga al laboratorio (risas)…Pero siempre viene a mi laboratorio gente joven de la Argentina, todavía con una gran capacidad, ¡eso es una maravilla. 

– ¿Qué es lo que ve en los jóvenes científicos formados en la Argentina?

-Creo que se puede… llámelo competir o contribuir. A veces, la originalidad se da más en los lugares alejados de la fuente de competición. Cuando Leloir hizo su descubrimiento, ¿quién hubiera pensado que iba a haber nucleótidos de azúcar? Creo que todavía existe una extraordinaria riqueza humana… Yo estoy en el programa de Latin American Fellows, que trata de hacer volver a los científicos latinoamericanos a sus países, y para ello les dan todo un año de apoyo, cuando regresan. Algunos han vuelto; son los que siguen en el INGEBI (Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular), o en la Facultad de Ciencias Exactas. Nosotros seguimos exportando talento. Y uno puede tener simpatía o no con este gobierno, pero evidentemente han hecho algo al respecto. No conozco personalmente a los que dirigen, no conozco al doctor Lino Barañao. Pero evidentemente ha habido un cambio.

El apoyo a la investigación no debería estar sometido a los altibajos, a la política circunstancial, a cambios socioeconómicos. Fíjese por ejemplo lo que sucede en otros países. Yo trabajé mucho con Chile, porque estoy en un comité del Banco Mundial. A pesar de ser un país más chico, en ese sentido es muy disciplinado.

– Bueno, ser disciplinado es una clave también…

– Sí, por supuesto. Yo creo que el Uruguay, que es tan similar a la Argentina, aunque mucho más pequeño, tiene cierto nivel de aspiraciones que creo que no se esperan en la Argentina…

– Doctor, igual déjeme creer que no todo está perdido…

– No, si la Argentina todavía produce escritores, cientificos jóvenes, artistas, gente creativa. Yo no me explico por qué en la política por ejemplo no sucede lo mismo.

Si uno quiere cambiar el país, el objetivo principal al que debe apostar es la educación.

Me acuerdo de mi profesor de la escuela secundaria con un afecto, con un cariño y un agradecimiento por lo que nos transmitió. Teníamos los libros traducidos que venían de Francia. Toda nuestra visión del mundo era una visión francesa: Lumière, Champollion, los grandes de la física, de la matemática, de la histología…Con qué admiración los leíamos…

– Volviendo a la actualidad, ¿cuál es la pregunta que quisiera poder responder y que juzga como la más importante en lo que hace al universo de la biología?

– A fines de los años 60 empecé a preguntarme, ¿cómo es que la célula es capaz de distribuir todas las proteínas en sus lugares de función? ¿Cómo es posible que existan todos estos compartimentos en la célula? Ahora sabemos que las proteínas en sus estructuras tienen señales, que son reconocidas por toda una maquinaria que tiene la célula.

A mí me gustaría presenciar, como si estuviera viendo una película, el origen de estos acontecimientos. De qué modo, a partir de una membrana plasmática, se desarrolla todo ese aparato que hoy sabemos que habita dentro de la célula. El retículo endoplásmico, el aparato de Golgi con sus varios compartimentos, y los lisosomas… todas las funciones… Eso, eso me gustaría poder ver.

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Doctor David D. Sabatini, director del Departamento de Biología Celular de la Universidad de Nueva York (NYU).

Crédito: Max Dasso

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Cartelera con los apellidos de los investigadores del Departamento de Biología Celular.

Crédito: Max Dasso

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Crédito: Max Dasso