En los últimos cinco años se ha registrado en la Argentina una ampliación de la base científica. Sin embargo, pese a la realidad de estos avances, el sociólogo Pablo Kreimer afirma que quedan déficits pendientes de resolver. Entre ellos, la implementación de políticas más activas y enérgicas de orientación de las investigaciones hacia objetivos sociales, económicos y ambientales.

(31/07/09 – Agencia CyTA-Instituto Leloir).- La ciencia no se desarrolla en un vacío. Los conflictos políticos, económicos, y sociales, la historia, la cultura, y otros factores, no son ajenos a su desarrollo, es más, la ciencia evoluciona en ese contexto interactuando, retrocediendo, avanzando y transformándose.

Sobre estas relaciones se centran los estudios de Pablo Kreimer, investigador de Conicet, profesor y director del Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología, y docente de la Maestría en Ciencia, Tecnología y Sociedad de la Universidad Nacional de Quilmes, y autor de varios libros, entre ellos “El Científico también es un ser humano”, “La ciencia bajo la lupa” (Siglo XXI) y “Ciencia y periferia. Nacimiento, muerte y resurrección de la biología molecular en la Argentina. Aspectos sociales, políticos y cognitivos” (EUDEBA).

Actualmente está trabajando en diversos temas: el papel, la organización y las transformaciones de los centros públicos de investigación a lo largo de las últimas décadas; el estudio de las relaciones centros-periferias en la investigación científica, y la participación de investigadores de países de América Latina en redes internacionales; y las relaciones entre la formulación de problemas científicos y su relación con la formulación de problemas sociales.

Consultado por la Agencia CyTA sobre cuáles han sido los mejores momentos de la ciencia en la Argentina, el sociólogo especializado en ciencia respondió: “Depende qué se entienda por ‘mejor’. Puede entenderse en términos de originalidad de los hallazgos, de ampliación de las bases de infraestructura o de la relación con la sociedad, entre otros enfoques. También varía mucho según los diversos campos disciplinarios.”

Según Kreimer, en el pasado hay dos momentos que suelen señalarse como significativos. “Uno es el período de institucionalización y desarrollo, entre los años 20 y 40, momentos en que disciplinas importantes, como la fisiología, la bioquímica y en general la investigación biomédica, van construyendo una tradición muy prestigiosa, en buena medida impulsado por las figuras de Houssay (sobre todo), Braun Menéndez, Sordelli, Leloir, y muchos otros. También la física se había ido desarrollando desde esos años, en particular en la Universidad de la Plata”, indicó.

Luego de esa época, el período casi mítico que se señala como de mayor desarrollo de la ciencia en la Argentina es el que va de 1957 a 1966, año en el que tuvo lugar la Noche de los Bastones Largos cuando el dictador Onganía ordenó la supresión de la autonomía universitaria, destacó Kreimer que también se desempeña como editor de REDES. Revista de Estudios Sociales de la Ciencia. Y agregó: Ese período es frecuentemente referido como ‘época de oro’. Lo que se generó en esos años es, sobre todo, una importante modernización de la investigación, con el surgimiento de nuevas disciplinas, la adquisición de equipos, la creación de instituciones específicas, como el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), el INTA, el INTI, la reorganización de la CNEA donde, con un apoyo sostenido por varias décadas hubo algunas realizaciones importantes, tanto en el campo de la investigación como de la producción. Además, se institucionalizó la dedicación full-time a la investigación, lo que resultó crucial.”

En términos sociológicos, si la primera etapa estuvo caracterizada por el desarrollo de personalidades prestigiosas, la segunda significó la ampliación, y el acceso de los sectores medios, en su mayoría los hijos de las oleadas inmigrantes de comienzos del siglo XX a la investigación científica. “Para dar un ejemplo, Rolando García (meteorólogo, epistemólogo y emblemático decano de la Facultad de Ciencias de la UBA echado por los bastones de Onganía en 1966) o Manuel Sadosky (matemático, vicedecano en la gestión de García y luego Secretario de Ciencia y Tecnología en los años de Alfonsín) no tenían el mismo origen social que Leloir o Braun Menéndez, eran producto de una ampliación de la Universidad y de la ciencia”, destacó Kreimer.

En el presente

“Si tomamos como parámetro la ampliación de la base científica, los últimos cinco años son muy significativos, ya que la magnitud de los recursos aumentó sensiblemente, mientras que cada año ingresa una masa considerable de investigadores, en particular al Conicet. Esto es un claro contraste con lo ocurrido en la primera mitad de los años 90, cuando prácticamente el ingreso de investigadores al Conicet estuvo clausurado”, señaló Kreimer.

También la cantidad de publicaciones de investigadores argentinos, luego de superado “el bajón posterior a la crisis de 2002, va aumentando en forma paulatina pero sostenida”, afirmó el sociólogo. Y continuó: “Sin embargo, si por ‘mejor’ tomáramos en cuenta el desarrollo de capacidades para mejorar problemas específicos de la sociedad, para industrializar localmente los conocimientos producidos, y para establecer agendas de investigación en forma relativamente autónoma de las cuestiones ‘de moda’ en los grandes centros internacionales, o de generar una mayor sensibilidad sobre cuestiones científicas en la sociedad, aún estamos en deuda, en todos los períodos.”

Para Kreimer el momento actual de la ciencia es favorable en diversos sentidos: “En la disponibilidad de recursos para la investigación, aunque siempre se podrían aumentar, en la cantidad de becas, y en el nivel salarial de los investigadores, que es bastante más razonable que hace algunos años, aunque sigue siendo uno de los más bajos de América latina, entre otros factores.”

Hay muchos grupos argentinos de élite, trabajando activamente en forma “internacionalizada”, en estrecha colaboración con equipos de países desarrollados, publicando en las mejores revistas de cada campo, y básicamente orientados a cuestiones “universales”, indicó el investigador, y agregó: “Pero la comunidad científica no es un espacio homogéneo, y también hay muchos grupos relativamente aislados y con menor brillo. Uno podría pensar que este segundo grupo podría estar más volcado a investigar sobre cuestiones aplicables a problemas, digamos, ‘locales’, pero en realidad están más bien trabajando en cuestiones rutinarias, y copiando las agendas de los grupos más prestigiosos.” Y concluye: “Se ha establecido una suerte de dicotomía, donde algunos sostienen que se debe hacer ciencia de excelencia sin condicionamientos políticos o sociales (lo que es inadmisible); y otros piensan que la justificación de los conocimientos que se generan deberían estar dada sólo por su orientación social (lo que es impracticable).

Déficits de la situación actual

Kreimer enumeró algunos puntos que deberían estar dentro de la agenda científica del país.

“Se observa una inexistencia de becas externas financiadas y orientadas por nuestro país que nunca se restituyeron luego de la crisis de 2002, lo que hace que los mecanismos de financiamiento de posdoctorados, por ejemplo, dependa de las ofertas internacionales, o de los mecanismos de cooperación, pero con muy poca injerencia de las políticas locales en la orientación de la formación de alto nivel. Esto es bastante grave, porque la experiencia internacional muestra que las estrategias de enviar a jóvenes investigadores a formarse en temas bien puntuales y a centros bien específicos para su posterior retorno e inserción local han sido muy exitosas, y nuestro país se priva parcialmente de ello”, afirmó el investigador.

Por otra parte, el sociólogo considera que falta desarrollar una política más activa y enérgica de orientación de las investigaciones hacia objetivos sociales, económicos y ambientales. “Existen algunos programas en el Ministerio de Ciencia y Tecnología, como el Consejo de la Demanda de Actores Sociales, pero sería deseable que eso se constituyera el eje de las políticas. Sería algo positivo que se rompa con la dicotomía de ‘ciencia de excelencia’ versus ‘ciencia útil’, y que se pusieran en marcha programas muy ambiciosos para generar ciencia de excelencia industrializable estratégicamente para atender esos problemas.” Habría que desterrar la noción de “relevancia”, puesto que dicha noción se ha aplicado en forma ‘mágica’, donde los investigadores definen un conjunto de problemas y producen conocimientos en relación con esos problemas, con total independencia de los mecanismos que se deberían poner en marcha para utilizarlos en forma efectiva.

Y por último, Kreimer opinó que se debería implementar una política muy activa para sensibilizar a la sociedad con la investigación científica, con sus procesos y productos. “La creación de museos de ciencias, de muestras itinerantes de ciencias, el estímulo a jornadas de puertas abiertas en las instituciones científicas, y otras actividades, son clave en este proceso. Hay un proyecto, por lo que sé algo demorado, para la creación de un Museo Nacional de Ciencia y Tecnología, que debería ser un espacio cultural de gran atracción masiva”, afirmó. Y concluyó: “Se han hecho algunas cosas en este sentido, de hecho hay varios programas de divulgación científica en canales estatales, pero la mayor parte de la población de nuestro país tiene poco o nulo conocimiento –y, por lo tanto, muy poca sensibilidad- sobre la ciencia que se produce, o se podría producir. Los actores sociales mal pueden demandar lo que ignoran.”