Los resultados de una encuesta realizada a 1645 adolescentes que tuvieron partos en centros de salud públicos de la Argentina cuestionan prejuicios que circulan en la sociedad. El estudio revela que la mayoría de las madres no eran solteras. Por otra parte, más de un tercio de las entrevistadas respondieron que deseaban tener hijos. De acuerdo con las autoras del estudio, muchas de las jóvenes visualizan la maternidad temprana como un proyecto de vida debido a que la sociedad no facilita posibilidades de realización en otros ámbitos.

(07/07/08 – Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por Bruno Geller) – Contrariamente a la idea que asocia a la madre adolescente con la madre soltera, los datos de una encuesta a más de 1645 jóvenes, de 15 a 19 años de sectores sociales pobres o empobrecidos, que acababan de dar a luz en Tucumán, Catamarca, Salta, Chaco, Misiones, Rosario, Gran Buenos Aires y La Plata, indican que la mayoría de ellas (8 de cada 10) estaban conviviendo con su pareja o en una relación de noviazgo al momento del nacimiento de sus hijos/as.

Los resultados del trabajo –publicado en mayo de este año en la revista Reproductive Health Matters – provienen de una encuesta realizada a ese grupo de adolescentes que tuvieron sus partos en catorce hospitales y maternidades públicas seleccionados durante los meses de enero y febrero de 2004 en los sitios arriba mencionados.

“Los estudios que se vienen realizando en nuestro país y en la región muestran que esta es una problemática de larga data. De hecho, la mayoría de las mujeres pobres en nuestro país tradicionalmente ha tenido hijos antes de los 20 años”, señala la autora del trabajo, Mónica Gogna, doctora en ciencias sociales e investigadora del CEDES (Centro de Estudios de Estado y Sociedad). El trabajo contó con el apoyo del Ministerio de Salud de la Nación y fue publicado en el año 2004 con el auspicio de UNICEF Argentina.

Realidad vs. mitos

Uno de los objetivos de la investigación realizada por Gogna y un equipo de colegas fue el de revelar el desfasaje entre el ‘sentido común’ aún vigente en la sociedad en su conjunto “y, en buena medida, en las instituciones de salud y de educación – y el cuadro de situación que surge del análisis de los datos censales, las estadísticas vitales y la información obtenida en la encuesta a madres adolescentes. También cuentan las entrevistas que hicimos con funcionarios públicos, profesionales de salud y educación y ONGs. Lo mismo ocurre en otros países”, destaca la especialista que también se desempeña como investigadora del CONICET.

En términos generales, las adolescentes tienen hijos con varones de una edad similar o que las superan en pocos años. Sólo una minoría de las adolescentes de 15 a 19 años encuestadas (5 por ciento) declaró que el padre de su primer hijo tenía 30 años o más al nacimiento del bebé, “lo que podría estar indicando la existencia de situaciones de coerción sexual”, indica el estudio.

La licenciada. Silvia Fernández, socióloga e investigadora del CEDES, quien también participó en la elaboración del estudio, afirma que suponer que las adolescentes están solas durante su embarazo y parto tiene consecuencias: “Entre otras, no promover en forma activa la inclusión del varón desde los servicios de salud en todo ese proceso. A su vez, el estereotipo refuerza la noción de que el embarazo es una ‘cuestión de mujeres’. Las mujeres son las responsables de la anticoncepción – quienes requieren, como gustan decir los médicos, ser “minuciosas” si de la píldora se trata – y quienes deben afrontar la decisión de continuar o interrumpir el embarazo, si no pudo implementarse el cuidado anticonceptivo o si el método falló”.

Otra cuestión es la relacionada con la participación del varón en el acompañamiento a sus parejas en los controles prenatales. El novio o marido fue la persona más mencionada por las adolescentes cuando se les preguntó quiénes las habían acompañado a las consultas durante el embarazo. “Pero luego, los varones encuentran dificultades para acompañarlas en el parto o en la internación porque los servicios de salud no están preparados para recibirlos, tanto por problemas de espacio y de organización, como por prejuicios: ¡Cómo se va a quedar a dormir un varón en una sala de mujeres!”, indica Inés Ibarlucía, socióloga e investigadora del CEDES, quien también integró el equipo de trabajo de la doctora Gogna.

Por su parte, Gogna explica que los y las jóvenes adhieren a un modelo de género tradicional y asimétrico, que limita a la mujer al ámbito doméstico y a la crianza de los hijos y obliga al varón a ser el proveedor material. “Este mandato genera tensiones en los varones, no sólo debido a que no se sienten suficientemente maduros o capacitados, sino porque, en el contexto de pobreza y desempleo en que se desarrollan sus vidas, resulta muchas veces imposible poder satisfacer esa expectativa”.

Y agrega que no es de sorprender que frente a esa realidad, muchos varones opten “por “huir” de esa situación y se desentiendan de su paternidad. “En ese sentido, es necesario fomentar la transformación de los roles de género hacia modelos menos rígidos, que permitan a las mujeres proyectar horizontes que trasciendan la maternidad, y que reconozcan en los varones la capacidad de ser padres más allá de sus posibilidades como proveedores. Es preciso que la sociedad ofrezca a los y a las jóvenes oportunidades reales de estudio y trabajo”, resalta Gogna.

El estudio les permitió a las investigadoras poner “en porcentajes” algo de lo que mucho se habla sin ninguna evidencia: en qué medida los embarazos son buscados o queridos. “Si bien esto es muy difícil de estimar, un tercio de nuestras entrevistadas reportó no haber estado usando un método anticonceptivo al momento de embarazarse porque quería tener un hijo. Eran mayoritariamente aquellas de más edad (18 y 19 años), las que

convivían con su pareja y las que estaban fuera de la escuela”, señalan las entrevistadas.

“Creo que como sociedad resta hacer un mea culpa porque no les ofrecemos a muchísimas jóvenes otras posibilidades de realización personal alternativas a la maternidad ‘temprana’”, indica Gogna. “Lo que más tiene que preocupar a los funcionarios y profesionales de salud y a la sociedad en su conjunto no es precisamente ese tercio (aunque sin duda también requieren sostén por parte de las áreas de acción social y de salud), sino los dos tercios que se embarazaron sin quererlo y ahora tienen un hijo – o más de uno, porque los embarazos en la adolescencia suelen reiterarse”, acota.

Educación sexual

Además de quienes manifestaron que no estaban utilizando un método anticonceptivo porque querían tener un hijo, también hubo un porcentaje importante de adolescentes que respondieron que no se cuidaron porque pensaban que no iban a embarazarse o porque no esperaban tener relaciones en ese momento.

Por otro lado, sólo un 20 por ciento reportó que sí estaba utilizando un método anticonceptivo al momento de quedar embarazada. “Esto nos habla de desconocimiento y también de una creencia según la cual una relación no puede o no debe planificarse, lo que advierte sobre la importancia de implementar educación sexual en las escuelas y en otros espacios de socialización. Es imprescindible proveer herramientas a las jóvenes para que conversen con sus parejas sexuales acerca de la necesidad mutua de protegerse de un posible embarazo o de una infección sexualmente transmisible”, señala Gogna.

“Otro dato preocupante es que la escuela no está jugando un rol importante como fuente de información en educación sexual en general y métodos anticonceptivos en particular. En Tucumán, por ejemplo, apenas un 18 por ciento mencionó a la escuela como fuente de información. Considerando al total de los sitios estudiados, la escuela obtuvo el 38 por ciento de las menciones como fuente de información y los centros de salud y hospitales, el 40 por ciento”, destacó Fernández.

Las investigadoras destacan que pese a no contar con la infraestructura adecuada, la escuela pública, a menudo, suele adaptarse a las necesidades de las jóvenes embarazadas y madres, ya sea permitiendo la presencia de bebés y niños pequeños en las aulas o posibilitando que se retiren el tiempo necesario para amamantar a sus hijos. “Sin embargo, esto depende sobre todo de iniciativas personales de las autoridades y docentes de cada institución y no es el resultado de la aplicación de políticas públicas específicas para fomentar la retención escolar. El estado nacional debería reforzar las medidas tendientes a que en las escuelas, se respeten los derechos de las adolescentes embarazadas, garantizados por distintas leyes nacionales”, dice Ibarlucía.

En algunas instituciones educativas siguen existiendo resistencias y prejuicios en torno al embarazo en la adolescencia. El trabajo reveló que el 5 por ciento de las adolescentes que abandonaron la escuela durante el embarazo reportaron que lo habían hecho porque la escuela no aceptaba estudiantes embarazadas. Y casi el 30 por ciento de ellas abandonó la escuela durante el embarazo por sentir vergüenza o por temor a ser discriminada.

“En líneas generales, los adultos (padres, docentes, médicos/as, entre otros) deberían poder asumir que las y los adolescentes tienen derechos en relación con la sexualidad, la reproducción y la salud”, asegura Gogna. Desde su punto de vista “si la sociedad proveyera educación sexual en la familia, en la escuela, en ámbitos extraescolares, consejería anticonceptiva y servicios de salud amigables, muchos de los problemas que mencionamos disminuirían sustantivamente”.

Gogna y sus colegas entrevistaron también a adultos involucrados en el diseño y la implementación de acciones de prevención o asistenciales como funcionarios, prestadores de servicios de salud e integrantes de ONGs, y observaron la coexistencia de diferentes “visiones”, más o menos complejas, acerca de la problemática del embarazo adolescente, sus nudos críticos y las intervenciones posibles y deseables.

“Algunas de esas perspectivas están permeadas por estereotipos de género y/o clase y tienen un fuerte sesgo adulto-céntrico. Esto último sucede cuando los adultos no se ponen en el lugar de los adolescentes”, coinciden las investigadoras. Y agregan: “Otras posturas, en cambio, exhiben mayor sensibilidad frente a la complejidad social que subyace tras el embarazo en la adolescencia, y reconocen la existencia de una pluralidad de situaciones y, en consecuencia, la necesidad de intervenciones que se ajusten a ellas”.