(21/5/07 – Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por Florencia Mangiapane)-. El l0 de mayo el científico argentino que investiga en Harvard dio una charla abierta al público en el aula magna de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA y al finalizar el encuentro dialogó con Agencia CyTA.

Zaldarriaga, de 36 años, se recibió de físico en Exactas y dio sus primeros pasos en la cosmología antes de partir a Estados Unidos, que lo cuenta entre sus docentes e investigadores desde hace 12 años. Después de doctorarse en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), y tras su experiencia posdoctoral en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton y como profesor en la Universidad de Nueva York, se dedica a investigar cómo fue la época en que se formaron las primeras estrellas, en el Centro de Astrofísica de la Universidad de Harvard.

Por sus aportes a la disciplina en 2006 recibió un premio de la Fundación MacArthur conocido como “la beca de los genios”, un subsidio de medio millón de dólares para que siga avanzando hacia donde su creatividad se lo indique.

-La “beca para genios” MacArthur le permite hacer lo que le gusta sin preocupaciones materiales que lo distraigan. Cuando decidió dedicarse a la física, ¿lo inquietaban a usted o a su familia ese tipo de preocupaciones de cara al futuro?

-Supongo que mis padres lo habrán pensado, pero la verdad es que nunca me lo dijeron. Tampoco se los pregunté. Me dejaron que hiciera lo que quisiera. De todas maneras, no creo que a esa edad les hubiera hecho demasiado caso. No me hubiera importado que pensaran que debía ser abogado, por ejemplo. En realidad, siempre me apoyaron muchísimo. Supongo que en algún momento deben de haber tenido alguna preocupación, pero creo también que uno como padre quiere que su hijo disfrute lo que hace. Si realmente lo que a uno le gusta es la física, entre pasarse todo el día muy aburrido haciendo algo a disgusto para ganar un poco más de plata, y hacer lo que a uno le apasiona, la decisión está muy clara.

-Sus predicciones sobre las propiedades de la radiación cósmica de fondo tuvieron gran repercusión entre sus colegas. El programa CMBFast, un código numérico que diseñó con Uros Seljak, permitió acelerar enormemente el cómputo de esas propiedades, facilitando la generación de modelos teóricos y su comprobación. ¿Cómo surgió su interés sobre la medición de esa luz que nos llega desde la infancia del cosmos?

-Cuando estaba estudiando la licenciatura en la UBA el satélite COBE midió por primera vez las anisotropías en la radiación de fondo, que habían sido buscadas desde el descubrimiento de esa radiación. La cuestión me interesó mucho en ese momento y al buscar tema de tesis tuve la suerte de poder trabajar con Diego Harari, profesor de la facultad en ese momento, sobre temas relacionados. El estudio de la radiación de fondo estaba en auge en ese entonces, así que seguí en el tema cuando llegué a Estados Unidos.

-¿Cómo ve el estado actual de la cosmología en la Argentina?

-Creo que el estado de la cosmología y de otras áreas relacionadas es bastante bueno, que se hacen muchas cosas. Desde ya que los trabajos experimentales son caros y no hay demasiado dinero para hacerlos, pero hay alguna gente que trabaja en experimentos. Muchos de estos trabajos son colaboraciones muy grandes, de gente de distintos países. Se hacen cosas buenas, aunque se podría mejorar.

-Con los últimos avances que se dieron en la disciplina, ¿se puede decir que la cosmología se transformó en una ciencia con todas las letras?

-Sí, teniendo en cuenta lo que sucedió en los últimos diez o quince años, realmente podemos decir que se convirtió en una ciencia con todas las letras, con un montón de resultados experimentales. Todo lo que hacemos son cosas experimentales, como en cualquier otra rama de la física. Después hay veces que nos planteamos preguntas más difíciles de responder y para las cuales no tenemos respuesta. Pero eso pasa con todas las ramas de todas las ciencias. Hay interrogantes que no podemos responder ahora y que esperamos poder responder en el futuro, aunque tal vez nunca lo podamos hacer.

-Entre otras cosas, los estudiantes que asistieron a su charla querían saber a qué velocidad se expande el universo, qué forma tiene, cómo son los agujeros negros y si existe el tiempo fuera del universo. ¿Qué grado de certeza tienen hoy los astrónomos sobre esas cuestiones?

-Depende del caso y, además, de poder formular la pregunta de la manera apropiada. Por ejemplo, cuando alguien pregunta qué forma tiene el universo, no está del todo claro qué es lo que está pensando. Sin embargo, para un astrónomo la pregunta tiene un significado claro en el contexto de la relatividad general. Hoy hemos medido con gran precisión la forma del universo, al menos la parte que podemos ver.

-¿Por qué la falta de respuestas resulta más acuciante en la cosmología que en otras ciencias?

-Tal vez las preguntas que uno quisiera poder responder en la cosmología, por ejemplo, cómo empezó todo, generan muchísima curiosidad. Muchos no pueden soportar no saberlo. Y la verdad es que yo no lo sé. La gente tal vez prefiere alguna otra explicación, quiere tener la respuesta. En cambio, si la cuestión es qué pasa con dos células antes de tal momento y los científicos dicen que no saben, la cosa termina ahí. Pasa lo mismo que en cualquier otra ciencia, sabemos algunas cosas y otras no.

-Ahora usted está investigando la época en que se formaron las primeras estrellas. ¿Qué se sabe al respecto?

-Desde las observaciones sabemos bastante poco, tenemos solamente una idea relativamente buena de en qué momento esto debería haber pasado, como consecuencia de observaciones que nos dan evidencia indirecta. Hay varios modelos que nos dicen cómo y qué deberíamos observar si fuera como pensamos. Lamentablemente esos modelos dependen de muchos parámetros que no conocemos, así que el espectro de posibilidades es bastante grande. Lo interesante es que pensamos que en la próxima década podremos hacer suficientes observaciones de esa época para determinar con precisión lo que ocurrió.

-La charla que dio estaba destinada a estudiantes. ¿Cómo diseña la estrategia de divulgación?

-Trato de asegurarme de que las personas comprendan que lo que nosotros hacemos, que puede parecer complicado, es lo que harían ellos si estuvieran en nuestro lugar. Tratar de usar el sentido común, hacer un experimento, apuntar a resolver preguntas que parecen sofisticadas, todo eso es lo que haría cualquier persona llevándolo adelante con el método científico. La mayor parte de las cosas son casi de sentido común.

-Los científicos y los chicos tienen un nivel de curiosidad similar. ¿Cree que en la escuela, con algunos profesores, esa curiosidad infantil puede dejar de fluir?

-Nunca me puse a pensarlo. Ahora que tengo una hija de seis meses, lo voy a ver en acción. Voy a ver si en el colegio le aplacan la curiosidad. Pero no creo que sea sólo el colegio, incluso uno como padre, cuando los chicos preguntan por qué y por qué, termina diciendo porque es así, porque yo lo digo. Entonces tal vez las consecuencias sean graves. Es parte de la tarea de educar enseñar que uno no puede aceptar respuestas a determinadas cosas porque otros se las dicen, que eso va en contra del método científico. Los científicos tratamos de deducir todo, de hacer experimentos. Si alguien me dice que el universo empezó de determinada manera, ¿por qué se lo voy a creer? Desde ya que uno tiene que aceptar ciertas respuestas para muchas cosas. Nosotros, por ejemplo, aceptamos las respuestas de nuestros colegas en función de algo que no hicimos personalmente. No es que tengamos que hacer todo, tenemos que creer en lo que hicieron otros y en que si nosotros lo repitiéramos obtendríamos el mismo resultado.

-Si pudiera viajar al futuro en una máquina del tiempo, ¿a qué momento le gustaría trasladarse para confirmar predicciones o hacer observaciones? ¿Por qué?

-Me gustaría viajar un siglo hacia delante. En el pasado al menos, después de un siglo muchos de los interrogantes del siglo anterior ya habían sido resueltos. No quisiera viajar aún más lejos en el tiempo, para que la memoria de cómo las preguntas fueron respondidas estuviera fresca y algunos de los protagonistas aún vivos. Así, además, podría ver qué preguntas nuevas han surgido y probablemente la discusión sería en términos de conceptos todavía parecidos a los que usábamos un siglo atrás. De viajar más adelante en el tiempo, correría el riesgo de que los científicos de ese momento estuvieran interesados en cosas totalmente distintas, así que terminaría encerrado en alguna oscura biblioteca leyendo historia antigua.