(26/04/07 – CyTA – Instituto Leloir. Por Florencia Mangiapane)

-¿Cómo pasó de la odontología a la biología molecular?

Mi padre era odontólogo, mi esposa también lo es, mi cuñada, mi hermano. Tenía que estudiar y me pareció razonable estudiar odontología. Fui medalla de oro, el mejor odontólogo de esa promoción. Al llegar a tercer año me enfrenté con la realidad, me di cuenta que los dientes no me gustaban. Decidí continuar y buscar una alternativa, empecé a trabajar en investigación. Me dieron la oportunidad, en una de las materias básicas, hice mi tesis, soy doctor en odontología, pero ya trabajando en biología.

-¿Sobre qué tema era su tesis?

Efectos de la radiación sobre los epitelios, o sea, lo que le pasa a los epitelios cuando uno los irradia. Desgraciadamente, cuando empecé esa trayectoria me di cuenta que mi investigación básica era terrible.

-Le faltaban herramientas para la investigación.

No las tenía en lo más mínimo. Cursé medicina hasta tercer año buscando alguna alternativa, y después ya estaba demasiado involucrado en investigación, así que dejé medicina. Después pasé a la Comisión Nacional de Energía Atómica. Luego busqué desesperadamente una alternativa para aprender bioquímica, porque pensaba que todo pasaba por la bioquímica, y tuve la suerte de conocerlo al Dr. Andrés Stoppani y en particular a Dr. Juan José Cazzulo, que trabaja también en el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas (IIB), y me ayudó muchísimo para irme al exterior. En ese momento, año ´80, era el boom de la biología y la genética molecular. Se empezaban a clonar genes, apareció César Milstein con los anticuerpos monoclonales, toda la gran revolución de la genética o biología molecular. Logré irme a un lugar donde hacían eso, la Universidad de Ámsterdam. Ahí tuve un profesor bárbaro con el que estuve trabajando un año y medio. Al principio estaba desesperado, ya que se suponía que yo podía trabajar y no sabía nada. Pero aprendí las técnicas convencionales y volví a la Argentina. Primero fui a la Facultad de Medicina, después estuve en la Fundación Campomar [n. de r.: hoy Instituto Leloir], donde Leloir me aceptó. Allí trabajé cerca de 8 años.

-¿En qué grupo trabajó?

Tenía un grupo independiente y empecé a trabajar en enfermedad de Chagas, en Trypanosoma cruzi. En el exterior había trabajado en biología molecular de los tripanosomas africanos, los que producen la enfermedad del sueño, en un grupo de investigación fantástico, que estaba empezando a descifrar el mecanismo por el cual ese tripanosoma evade la respuesta inmune.

– ¿Y le sirvió esa experiencia?

Sí, tenía la experiencia en tripanosomas, pero el Trypanosoma cruzi era un problema, es tan complejo como una de nuestras células. Comenzamos a describir, no sé si con mucha o poca originalidad, pero con suerte, el mecanismo de interacción entre el tripanosoma y el huésped. El tripanosoma entra en el huésped, soporta todo lo que sea la respuesta inmune, y sobrevive durante años.

-Al igual que los virus, ¿necesita de las células para reproducirse?

No, puede hacerlo en forma independiente, pero aprovecha lo que le ofrece el huésped. Desarrolla una serie de estadios. Tiene estadios en el insecto vector, la vinchuca, que lo transmite de un mamífero a otro, y también en nuestros propios organismos. La pregunta clave es qué hace para que el huésped no lo destruya rápidamente y a su vez aprovecharlo para multiplicarse y sobrevivir.

– ¿Y qué descubrieron al respecto?

Esencialmente las moléculas que están en la superficie del Trypanosoma cruzi. Tiene una cubierta de unas moléculas que se llaman mucinas, que son glicoproteínas. Describimos que tiene como 800 genes para estas mucinas, todos diferentes, lo que le permite al parásito expresar una cubierta realmente muy variable. Entonces el sistema inmune no sabe qué atacar. Se produce una especie de distracción inmunológica que le imposibilita a la respuesta inmune ser eficiente en cuanto a sus posibilidades de destruir específicamente alguna molécula, y así destruir al tripanosoma.

-¿Con eso le alcanza al parásito para vulnerar la defensa?

Con esa cubierta de superficie no le alcanza, necesita azúcares y uno que es central, el ácido siálico, no lo puede sintetizar. Desde hace un tiempo se sabía que ese azúcar que completa la cubierta protectora lo obtiene del huésped, a través de una enzima que también la expresa en superficie, la trans-sialidasa. La trans-sialidasa le permite tomar moléculas del huésped, sacarle el ácido siálico y ponérselo a su propia cubierta.

-¿Por eso necesita al huésped?

No, puede crecer independientemente de la existencia de un huésped. Necesita ese ácido siálico cuando está en el huésped, porque ese azúcar le permite evitar también la respuesta inmune, es un segundo sistema de defensa. Lo que estudiamos mucho fue la trans-sialidasa, sus mecanismos, cómo actuaba. Colaboramos con un grupo en el Pasteur, en París, para estudiar la estructura tridimensional. Ahora tenemos un concepto global de cómo es la superficie del parásito y cómo se protege.

-¿Qué preguntas buscan responder actualmente?

Cómo podemos hacer para que el parásito quede de alguna forma desnudo, y sea fácilmente destruido por el sistema inmunológico. La primera idea es desarrollar alguna droga que le impida, por ejemplo, adquirir ácido siálico. En este momento es nuestro blanco central. Encontramos las primeras drogas que permiten inhibir la enzima. Cuando uno hace eso, al tripanosoma le cuesta infectar y le cuesta protegerse. La droga no es lo suficientemente buena, pero sabemos que estamos en el camino.

– ¿Qué otro desarrollo hicieron en relación al Trypanosoma cruzi?

Nuestro grupo fue el que coordinó, para la Organización Mundial de la Salud (OMS), las etapas iniciales del proyecto genoma del Trypanosoma cruzi, que terminó hace poco y fue desarrollado en Suecia y en los Estados Unidos.

-¿Cuántos grupos hay en el mundo investigando Chagas?

La mayoría de la investigación del Chagas se hizo en América del Sur. En Brasil hay cientos de grupos investigando. En Argentina hay un instituto dedicado al tema que es el Instituto Nacional de Parasitología \”Dr. Mario Fatala Chaben\” Y hay otros grupos en Córdoba. Serán entre 20 y 30 grupos locales que investigan este tema.

– ¿Por qué casi todos los grupos son de América del sur?

Chagas es una enfermedad que abarca en esencia desde México hacia el sur hasta Buenos Aires y Santiago de Chile. Porque la vinchuca está en las zonas templadas y sin vinchuca no hay forma de transmitir el tripanosoma. Hay Chagas en los Estados Unidos y recientemente se encontraron con casos en España, por transfusiones de sangre de inmigrantes. En Estados Unidos es un problema serio, los principales donantes son centroamericanos, porque pagan la sangre, y allá no tienen sistemas de diagnóstico perfectos lo que genera un problema serio en los Bancos de Sangre. Y aparece también en España. Pero se estiman unas 15 millones de personas infectadas desde México hasta Bs. As. y Santiago de Chile. La gran mayoría de esas personas convive con el parásito durante años sin ninguna patología. Y en la etapa crónica, que se extiende entre 10 a 20 años, algunos desarrollan alteraciones, esencialmente cardíacas y del aparato digestivo. En la Argentina no hay números exactos, pero se estima que entre el 5 y el 10 por ciento de la población está infectada, aproximadamente dos millones de personas.

– ¿Hicieron algún trabajo vinculado al tema de la detección en la sangre?

Como consecuencia del análisis de moléculas de superficie que realizamos, nuestro grupo desarrolló los primeros kits de detección con antígenos recombinantes, para detectar la enfermedad de Chagas en Bancos de Sangre. Identificamos los primeros antígenos para la detección de infecciones congénitas en recién nacidos, ya que también hay transmisión transplacentaria del tripanosoma. Es un trabajo que publicamos hace muchos años en Proceedings of the National Academy of Science, y fue publicado por César Milstein, que además de Premio Nóbel fue miembro de esa academia de ciencias de los Estados Unidos.

-¿Está trabajando en algún otro tema de investigación?

Hace cinco años empezamos con un tema totalmente nuevo y diferente. Siempre quise trabajar el sistema nervioso, el estrés crónico. La pregunta es qué pasa en el cerebro de dos individuos cuando, ante la misma situación, uno silba y el otro se deprime. Uno ve todos los días cómo a la parada del colectivo, a las 7 de la mañana, llegan algunos individuos cansados y deprimidos, y otros felices y contentos. Es porque están sometidos a estrés, algunos lo pueden sobrellevar y otros no. Para investigar esto desarrollamos paradigmas en animales, esencialmente el modelo de dominante y subordinado. Es el segundo gran tema que tenemos en el grupo, estrés crónico y su relación con la depresión.

-¿Influye esta línea de investigación en la distinción que recibió ayer de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos?

Ayudó bastante, pero la distinción es esencialmente por nuestro trabajo en Chagas. Mi grupo es bastante grande y tiene desde investigadores hasta becarios que están haciendo su tesis y son brillantes. Lo bueno que hice es saber elegir a la gente. Gente brillante y que posibilitó desarrollar todas estas líneas mientras realizaba su tesis. Entre 12 y 14 personas, muchos de los cuales terminaron su tesis y están en el exterior. Sigo en contacto con ellos a nivel personal, pero a nivel de investigación ya tienen sus grupos y trabajan en sus propios temas.

-¿Cuál es el alcance de esta distinción?

La Academia de Ciencias de los Estados Unidos es la academia de ciencias del mundo, la más grande. Nombra a miembros esencialmente norteamericanos, y hay alrededor de 350 miembros internacionales, de otros países. De ellos, tres son de la Argentina. Como todas las cosas en la vida los seres humanos funcionamos por estímulo y cualquier cosa que signifique un estímulo, un reconocimiento es importante.

-Sobre todo en un país en donde los estímulos escasean

No abundan los estímulos a la gente joven. Tenemos una juventud brillante, y no abundan los estímulos para ella. Tampoco tienen metas. Así que todo estímulo es interesante. Y creo que sirve para toda la gente que uno tiene alrededor, y para demostrar que aún en una universidad pequeña, como la Universidad Nacional de San Martín, se pueden hacer cosas valiosas.

-En su caso ha tenido además otros estímulos, como el subsidio del Howard Hughes Medical Institute.

Sí, tuvimos subsidios razonablemente grandes. El del Howard Hughes lo tuve por diez años consecutivos, termina en el 2006. Tengo subsidios del NIH (Nacional Institute of Health) y otros de un organismo internacional, Human Frontiers Sciences Program. También tuve subsidios de la OMS y de la Agencia Gubernamental Sueca. Todo ello nos permitió trabajar con tranquilidad. Hacer los experimentos que queremos y no los que podemos. Esto se debe a que empezamos una línea razonable de trabajo y vieron que había resultados. Sobre eso uno se apoya para pedir más subsidios. Los subsidios se basan en los antecedentes, más allá de lo que uno proponga.

– Usted dirige un Instituto, el IIB INTECH ¿Cómo es la relación entre la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y el Instituto Tecnológico de Chascomús?

La UNSAM decidió crear hace unos 9 años un instituto de investigación, el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas. El CONICET tenía desde hace 15 años e1 Instituto Tecnológico de Chascomús (INTECH). Hace aproximadamente 5 años CONICET y UNSAM hicieron un convenio para manejar conjuntamente los dos institutos. Se creó un nuevo instituto que se llama IIB INTECH, que pertenece a la UNSAM y al INTECH bajo una misma dirección. Cada uno mantiene su independencia, pero es un Instituto que tiene un denominador común, un nombre común y una co dirección, CONICET-UNSAM. Hay mucha gente que trabaja en Chascomús que está trabajando acá y viceversa. Además, hacemos docencia en la que involucramos gente de ambas partes. La docencia es, esencialmente, de grado, la licenciatura en biología molecular en biotecnología, un posgrado y hay un curso terciario de técnico de laboratorio. En investigación hay entre 25 y 30 grupos independientes.

-¿Cuentan en la universidad con una oficina de vinculación tecnológica?

Sí. Además está el Polo Tecnológico Constituyentes, que se dedica a desarrollar proyectos y que involucra a la universidad (UNSAM), CONEA, INTI, CITEFA, etcétera. O sea que esas áreas de desarrollo están en manos de gente que sabe del tema.

-¿La transferencia le parece una parte importante de la labor del científico?

Si uno pudiese hacer las dos cosas, un descubrimiento brillante que termine en un producto, sería el cierre ideal del circuito. La ciencia tiene valor como ciencia si trasciende universalmente con un gran descubrimiento o si termina en un producto. Cualquiera de las dos cosas es igualmente válida y útil. Me parecen importantes las dos cosas.

-¿Cómo ve el desarrollo de la biotecnología en la Argentina?

Haciendo una comparación, lo veo como un Fiat 600 corriendo una carrera de Fórmula 1. La ciencia argentina tiene un potencial monstruoso, en particular por la gente joven. Y si usted se fija en la ciencia argentina producida en el exterior, se va a llevar una sorpresa enorme. Aquí no tenemos estímulo para la gente joven. Los becarios que tengo consiguen trabajo al otro día en el exterior, en varios lugares, y en todos ellos les pagan. Y son lugares donde realmente tienen absolutamente todo. Hay que conocer los institutos de investigación del exterior y con lo que estamos compitiendo. Bueno, lo mismo pasa a nivel tecnológico. Es exactamente igual. La biotecnología no es más que un subproducto de la investigación, con mayor orientación.

-La solución sería que esto fuera incluido dentro de una visión estratégica de país.

Totalmente. Si uno está imaginando un país de futuro no hay alternativa que desarrollar la ciencia y la educación. No hay alternativa. Quien no lo vea… Eso es un plan estratégico de país. En Argentina vivimos tapando agujeros. Lo atamos con alambre.

-¿Usted cree que los chicos nacen con la vocación de investigador o es algo que surge por la influencia del medio?

Hay muchos que nacen con la vocación, pero hay que apoyarlos. Si uno no los apoya, eso se muere en el camino. Hay otros que pueden desarrollar esa vocación aun cuando no la hayan traído desde chicos. Todas las alternativas son posibles. Hacer investigación, a diferencia de lo que la gente en general piensa, no depende exclusivamente de una capacidad particular. No sólo es cuestión de ser curioso, tener memoria, ser inteligente, o ser voluntarioso. Es quizás tanto o más importante tener un poco de cada una de esas cualidades. La persona brillante, si no es voluntariosa, a las dos de la tarde se va a su casa y no logra nada. Prefiero alguien un poco menos brillante pero más voluntarioso, perseverante. Uno puede ir estimulando y viendo qué es lo que le falta a cada uno para realmente complementar todas las áreas.

¿No se arrepiente de haber vuelto a la Argentina cuando podría haberse radicado en el exterior?

No, yo tengo que vivir en la Argentina, me encanta vivir en la Argentina. Este país es fantástico en muchas cosas, en otras a uno lo destruye. Hasta hace cinco años me ofrecieron ir como Chairman de un Departamento en la New York University, un puesto muy importante. Pero bueno, decidí vivir acá y estoy contento con haberlo hecho. Mis hijos estudian acá, uno Ingeniería Industrial y otra Abogacía.

-La nominación de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos, ¿es de por vida?

Sí, ahora me tienen que aguantar ahí.

-¿Y adónde sueña llegar con su investigación?

No sueño llegar a nada más porque tengo 57 años (risas). Me gustarían dos cosas: seguir descubriendo resultados, encontrar resultados me apasiona, me estimula y me gusta. Y también me gustaría tener un producto. Si dentro de cinco años tuviera un producto que pueda ser probado para prevenir o curar la enfermedad de Chagas, también me apasionaría.