En la última década, los cultivos transgénicos aportaron al país 20.000 millones de dólares, según un estudio difundido por el Consejo Argentino para la Información y el Desarrollo de la Biotecnología (ArgenBio). El grueso de los beneficios proviene de la incorporación de la soja tolerante a herbicidas, seguida por el maíz y el algodón resistentes a insectos. Los autores del informe advierten sobre los riesgos de sostener el proceso de “sojización”en el tiempo y plantean un escenario futuro donde el maíz recuperará rápidamente terreno, entre otras causas, por su demanda creciente como biocombustible.

(19-1-07 – Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por Florencia Mangiapane) – En su reciente libro Bio… ¿QUÉ?, el químico y director de empresas biotecnológicas Alberto Díaz caracteriza la biotecnología como una disciplina –todavía adolescente, aunque ya cumplió los treinta- que resulta de una especie de casamiento entre ciencia, ingeniería y negocios. También cuenta que una de sus ramas, la agrobiotecnología o biotecnología verde, se ocupa de introducir genes en las semillas para obtener cultivos con ciertas características deseadas, transmisibles de generación en generación, como la tolerancia a herbicidas o la resistencia a insectos.

En la última década, el área sembrada con semillas genéticamente modificadas (GM) o “transgénicas”, tal como se las conoce, experimentó un crecimiento exponencial en todo el mundo, pero en especial en los países en vías de desarrollo, que empezaron a incorporar tecnología a sus materias primas, de las que todavía depende buena parte de su subsistencia.

Entre los 14 megaproductores mundiales de cultivos transgénicos -países que tienen al menos 50.000 hectáreas sembradas con GM- la Argentina ocupa un cómodo segundo puesto, sólo superada por Estados Unidos, y secundada, bastante lejos, por Canadá, Brasil, China, Paraguay, India y Sudáfrica.

En 1996, la Argentina introdujo la soja tolerante al herbicida glifosfato, en una transformación que ya lleva una década y se deja medir, sobre todo en términos económicos. Así por lo menos lo ven los investigadores Eduardo Trigo y Eugenio Cap, que acaban de publicar un informe sobre el tema, a pedido del Consejo Argentino para la Información y el Desarrollo de la Biotecnología (ArgenBio), una institución privada dedicada a la divulgación de esta nueva área del conocimiento.

Grandes beneficios

“La primera década de cultivos GM en la agricultura argentina ha sido un período de grandes beneficios, no sólo para el sector agropecuario, sino también para toda la economía nacional”, dicen en el informe Trigo y Cap, ambos doctores en economía agraria, aunque con diferentes disciplinas de origen.

Trigo, licenciado en Administración de Empresas, fue consultor de instituciones internacionales como el Banco Mundial y el BID, y es asesor científico de la Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación (Secyt). Cap, ingeniero agrónomo, dirige el Instituto de Economía y Sociología del INTA y también es consultor de organismos internacionales.

Las cifras son contundentes. Los beneficios totales generados por la soja, el maíz y el algodón transgénicos durante la década 1996-2005, estimados según el modelo matemático de simulación SIGMA desarrollado por el INTA, fueron calculados en más de US$ 20.000 millones, de los cuales US$ 19.700 corresponden a la soja tolerante a herbicidas, US$ 482 al maíz Bt (resistente a lepidópteros, como mariposas y polillas) y US$ 21 al algodón de similares características.

Al estimar la magnitud del fenómeno en una unidad de medida hipotética, Trigo y Cap calculan que los beneficios netos aportados por la soja GM en la Argentina durante la última década hubieran sido suficientes para financiar los costos de construcción de 28 millones de metros cuadrados, más del 20% del total autorizado para el período.

“Estamos hablando de beneficios adicionales a los que se hubieran producido si las tierras se hubiesen destinado a otras actividades, como girasol, algodón o pasturas”, aclara el doctor Trigo en entrevista con Agencia CyTA.

De hecho, para el especialista, la reciente decisión del Ministerio de Economía de aumentar las retenciones a las exportaciones de soja no podría sostenerse si la actividad no fuera tan rentable. “Los aumentos son posibles porque existe la tecnología que genera el excedente. De lo contrario, se harían a expensas de una producción futura. De todas maneras, la medida va a tener un impacto negativo. No deja de ser un cambio en las reglas de juego sobre la marcha, cuando la soja ya está sembrada”, opina Trigo.

Soja con soja…

El informe sostiene que este proceso de transformación productiva, para el que se ha acuñado el término “sojización”, tuvo como protagonista la región pampeana, donde predominan explotaciones agropecuarias de menos de 100 hectáreas, buena parte de las cuales ya destinaba a la soja durante la campaña 2001-2002 el 70% de la tierra disponible, según estadísticas oficiales.

“Estos valores reflejan que la ‘sojización’ ha sido un factor importante para apuntalar la sustentabilidad económico financiera de corto plazo de las pequeñas explotaciones”, dicen los autores. “Pero al mismo tiempo, levantan una serie de interrogantes sobre la sustentabilidad a largo plazo de estos sistemas de producción, prácticamente monoculturales”.

En diálogo con Agencia CyTA, Trigo evaluó los riesgos de sostener un mismo cultivo en el tiempo: “El monocultivo debe ser una preocupación porque no sólo implica posibles costos en términos de pérdida de productividad futura, sino también por la exposición económica a un producto que tiene el país”.

Los autores explican que las ganancias que aportó la soja en esta década son tan importantes que reponer nutrientes como el fósforo para conservar la fertilidad de los suelos apenas supondría renunciar al 11,6% del beneficio total, lo que seguiría dejando un saldo positivo global de alrededor de US$ 17.000 millones.

“El productor es consciente y obviamente reacciona ante la situación de pérdida de nutrientes, y en la medida en que los números cierran está haciendo la reposición, pero se necesitan políticas activas que ayuden a internalizar los costos sociales que se pueden estar pagando”, dice Trigo.

Según el informe, la soja GM tuvo un impacto positivo en el conjunto de la economía nacional. Por un lado, se calcula que contribuyó a generar cerca de un millón de empleos; en otras palabras, que fue responsable del 36% de los nuevos puestos creados en la última década. Por otro lado, permitió mantener los volúmenes de producción de carne y recuperar los de leche.

“La soja impulsó el precio de la tierra hacia arriba, y eso forzó a la producción de carne y leche a volverse más eficiente”, explica Trigo. “Por otra parte, la soja contribuyó a aportar capital de trabajo, capital operativo para que se hiciese esa transformación productiva, que requiere obviamente una mayor inversión. Es decir, la soja aportó financiamiento a ese proceso de cambio tecnológico en la ganadería y la lechería.”

La agenda pendiente

Además de calcular el beneficio total generado por los cultivos GM, Trigo y Cap analizaron su distribución entre el sector productivo, los proveedores de semilla y el Estado. Los principales ganadores fueron los productores, pero el Estado y los semilleros también tuvieron su participación.

Los proveedores de semilla se llevaron el 41% de los beneficios que generó el maíz, aunque sólo el 9% del producido por el algodón y apenas el 4% en el caso de la soja, dato que se explica por el auge del mercado negro de semillas.

“El gran problema en la Argentina es el porcentaje de ilegalidad que existe en el mercado de semillas. Eso hace que la incorporación de tecnología se haga mucho más difícil porque no existe el mecanismo natural para la recuperación de la inversión. La agenda pendiente en ese sentido es cumplir la ley”, indica Trigo.

En cuanto al Estado Nacional, éste se llevó en concepto de derechos de exportación, que se aplican desde 2002, el 13% de la ganancia que dio la soja, el 16% de la del maíz, y menos del 5% en el caso del algodón, que registró menor nivel de exportación.

“El Estado es un socio importante en el negocio. Por eso, todas las medidas que tiendan a equilibrar los sistemas productivos van a ser inteligentes. La Argentina ha ganado mucho con la soja y todavía no son evidentes los costos desde este punto de vista”, comenta el especialista.

Se viene el boom maicero

Si bien la soja fue la diva de la transformación, distintos factores ya hacen fuerza para que el maíz amenace con tomar la delantera en los próximos meses. Entre ellos, su demanda creciente en los países del Norte para el desarrollo de biocombustibles, hecho que recalentó en los últimos días los precios internacionales del grano.

“Yo no podría ponerle magnitudes al boom, pero decididamente la competitividad entre la soja y el maíz va a ser mucho mayor, porque las condiciones están dadas para que eso ocurra”, pronostica Trigo.

“En esta década –continúa- la soja tuvo a su disposición una innovación radical, mientras que no pasó lo mismo con el maíz. Sin embargo, en los últimos años, con la incorporación de los distintos maíces Bt y los maíces tolerantes a herbicidas, y con la próxima aprobación e incorporación de maíces que son tanto resistentes a insectos como tolerantes a herbicidas, el maíz se está volviendo también más competitivo desde el punto de vista tecnológico. La mejora de los precios del maíz también se va a reflejar.”

Trigo explica que en muchas zonas del país no se podía cultivar maíz porque los precios vigentes en las campañas pasadas no permitían pagar los costos de transporte. En cambio, hoy el transporte de una tonelada de soja cuesta prácticamente lo mismo que el de una tonelada de maíz.

Ahora, la pregunta es si competirán en el mismo suelo o se seguirá ampliando la frontera agrícola. “No se puede avanzar mucho más con la frontera agrícola en la Argentina. Creo que va a haber competencia primordialmente sobre la misma tierra. Eso probablemente signifique que vamos a tener una mayor presencia del maíz en las rotaciones y que se va a incorporar materia orgánica al suelo. Y eso es bueno para sustentabilidad de todo el proceso”, concluye Trigo.