En la ciencia, el saber y el ingenio van de la mano. El científico es como un niño que observa con curiosidad, juega con lo que conoce, se obsesiona, plantea desafíos, inventa y, como un artista, descubre en su obra lo que otro no es capaz de ver.

(22-08-06 – Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por María Cristina Chaler) – Descubiertos los elementos hacia 1862, a Alexandre-Emile de Chancourtois se le ocurrió poner orden, es decir acomodar los elementos por masa atómica creciente y observó como el Selenio (Se) y el Azufre (S), que tenían masas atómicas múltiplos de 16, poseían propiedades parecidas al Oxígeno, cuya masa es 16 (su núcleo tiene 8 protones y 8 neutrones).

Dos años más tarde, John Newlands observó que al ordenar los átomos de acuerdo a las masas atómicas crecientes, “cada siete elementos”, es decir, en el octavo, se repetían las propiedades químicas del primero. A ésto lo llamó Ley de las Octavas, cada ocho elementos las propiedades son similares. ¿Qué semejanza encontramos con la música?

En 18l9, Dimitri Mendeleiev propuso una ley periódica, expresando que las propiedades de los átomos se repiten periódicamente. Ordenó alrededor de 60 elementos por sus masas atómicas crecientes y en algunos casos se le ocurrió dejar huecos, para que en el futuro los ocupasen algunos elementos que aún no estaban descubiertos, pero para los que ya se podían predecir las propiedades que iban a tener y como iban a reaccionar con otros por el lugar en donde se encontrarían.

En la actualidad, se sabe que las propiedades químicas de los átomos dependen de la cantidad de electrones que poseen en la última capa, ya que, como mencionamos en notas anteriores, la tendencia de cada uno de ellos, cuando forman compuestos, es de semejarse a un gas noble.

Si tienen pocos electrones, tres, en la última órbita el átomo tenderá a cederlos, de modo de quedarse con la órbita anterior, que posee 8 electrones, y así asemejarse al gas noble que le precede. En cambio, si la cantidad de electrones es mayor, tenderá a captar de modo de alcanzar el octeto, pareciéndose así al gas noble siguiente.

Los átomos del primer tipo son los conocidos metales o bien tienen propiedades metálicas. De ahí que los mismos conduzcan fácilmente la electricidad, ya que ésta es un flujo de electrones que el material no tiene necesidad de retener, pues al cederlos tendrán ese estado de inercia y estabilidad que el grupo 8 A posee. Por esa razón, los cables eléctricos tienen en su interior alambres de cobre (Cu) o de otros metales que resulten convenientes al uso.

Estos elementos debido a esa estructura atómica también brillan frente a la luz, o conducen el calor con facilidad, propiedades físicas que se deben al movimiento continuo de electrones. Se oxidan con facilidad (combinación con el oxígeno), porque cuando se encuentran con este elemento rápidamente le ceden sus electrones, y el mismo que posee en su ultimo nivel 6 electrones (2_6) toma los dos que le faltan para completar su octeto. A eso se debe la protección que debemos hacer de los materiales metálicos con antióxidos o pinturas.

Los elementos del segundo tipo son no metálicos, poseen propiedades contrarias a los anteriores, pero también son muy importantes, ya que forman una gran variedad de sustancias como el agua, el oxígeno, el dióxido de carbono y otras que nos resultan indispensables para vivir.

Algo que podría resultar interesante es la proposición de un orden diferente al de la tabla periódica y es la Espiral, forma básica que posee la naturaleza para crecer. Pensemos en la “casita” del caracol, el disco central del girasol, y otros. La naturaleza se expande buscando el camino de menor gasto energético, y la espiral es uno de ellos.

Este sutil equilibrio de los elementos que conforman las distintas sustancias resulta ser básico en el Universo.

Nada es o está por casualidad, todo cumple una función que algunas veces es conocida por el hombre y otras no. Pero tengamos presente que la mínima partícula que existe tiene una finalidad importante en relación con el resto.

El hombre fue descubriendo con el pasar del tiempo lo que la naturaleza ya conocía y hacia uso desde siempre.